Alejandro tiene 27 años y toda una vida repleta de viajes y aventuras. El joven se encontraba experimentando uno más de sus tantos viajes. En uno de esos lugares que lo abrazaron, el destino lo cruzó con su amigo fiel: Fredy. “El Ale”, como le dicen sus amigos, rescató a este perrito cuando era chiquitito. El encuentro sucedió en una favela de Brasil, y para este pibe de corazón gigante fue imposible dejar abandonado al cachorro.
Su cotidianidad brasilera transcurría entre malabares, playas, bailes y diferentes pruebas. Recuerda: “Lo habían abandonado dentro de una caja en la puerta de la casa de una vecina en São Luis do Maranhão, donde yo estaba parando. Ella ya tenía dos perritos, entonces me lo quedé”, relata Alejandro Rochi Paez a los medios. El Fredy, para ese momento, entraba en la palma de una mano. Su mirada de cachorro podía hacerse lugar en cualquier corazón, sin embargo, El Ale fue quien le hizo un lugar especial en el suyo.
Mientras aprovechaba de su tiempo libre, Alejandro conectaba con su amigo perruno y lo entrenaba para que aprenda a hacer pruebas. Así fue como Fredy y Ale comenzaron su vínculo inquebrantable, que mantienen hasta el día de hoy y trasciende cualquier tipo de fronteras: interprovinciales e internacionales.
Viajar para crecer
Alejandro nació en Córdoba, pero se crio viajando por el mundo. Con 20 años dejó Unquillo para emprender “un viaje liberador” por el norte de la Argentina. Dejó su trabajo en una fábrica de automotores y abandonó las comodidades de su casa. Juntó coraje y, sin mirar atrás, se fue sin fecha de retorno. “Me aventuré porque no sabés todo lo que te espera hasta que estás en la ruta. En total fueron 11 meses de recorrido. Los ahorros se me terminaron al poco tiempo, nunca son suficientes. Vivía de hacer artesanías y haciendo malabares en los semáforos”.
Subiendo y disfrutando el paisaje, fue viajando, trabajando y conociendo Ecuador, Chile y más tarde Brasil. Adoptó la ruta como estilo de vida, y la carpa como hogar predilecto. Se hospedó en las miradas de compañeros viajeros, y cada vez que pudo, se hizo lugar en un hogar de corazón abierto.
Amigo fiel
En 2015 llegó a Brasil. Ya en el norte, decidido a seguir su travesía de una manera diferente, compró una bicicleta para pedalear hasta Sergipe, Joao Pessoa y São Luis do Maranhão. “Viajaba con otros mochileros y es muy común pedalear acompañado por un perro porque son compañeros y se adaptan bien. Me faltaba el mío… y nos encontramos. Tenía solo dos meses cuando lo abandonaron, estaba lleno de pulgas y garrapatas. Lo curé y no nos separamos nunca más”.
Alejandro armó un canasto especial en su bicicleta para llevar a donde sea que vaya a su perrito. Reformó su bici con alforjas y cambios potentes y le agregó el carrito adaptado para llevar a Fredy en cada aventura. “Le hago una seña, se sube y se instala en su colchón. Está super entrenado para viajar, porque lo hace desde los tres meses. Fredy es tranquilo y obediente, el mejor compañero que existe”. Esta dupla ya visitó ocho estados brasileños, incluido el Amazonas. Pero no todo el recorrido fue fácil. “A Fredy lo atropelló una camioneta y casi se muere. Estuve varios meses rehabilitándose, es un guerrero. En el estado Rondonia también estuvo muy enfermo… pero siempre la remamos juntos”. Adiestrado por Alejandro, Fredy, aprendió varios trucos: “Se hace el muerto, ladra cuando le digo ‘fala, Fredy’ -‘habla’ en portugués- y salta conmigo. También hace acrobacias como yo, somos dos amantes del arte callejero”.
El camino de regreso
Alejandro planificó su regreso, volvió al país sin abandonar a su compañero perruno y ahora hacen delivery juntos para sobrevivir en la pandemia. Hace más de un año llegaron juntos a la Argentina. Ingresaron al país por Puerto Iguazú y bajaron hasta Rosario, donde estuvieron instalados en un hostal. Actualmente se encuentran en la ciudad de Córdoba, pero, a lo largo de su aventura, tuvieron su paso por otras postas.
Reflexiones en el camino
“No creo en la meritocracia, que haya que sufrir para tener lo que uno desea, al contrario: primero salgo a buscar lo que quiero y ahí veo como hago para subsistir de eso. Viajar solo te vuelve muy seguro. Decidís dónde dormir, cómo solventarte… Todos los días aprendés algo”, cuenta Ale sobre su camino.