Un accidente de tránsito le quitó sus sueños de adolescente, pero conocer el básquet adaptado le salvó la vida. El nicoleño, que hace días ganó un nuevo Sudamericano a los 40 años, detalla cómo fue aquel momento, cómo lo superó y su aventura en Italia
Adolfo Berdún es un pibe casi como cualquier otro que vive feliz en San Nicolás. Está sano, tiene su familia completa y, con 13 años, hace cuatro días arrancó el colegio secundario. Además, por si fuera poco, esta tardecita vuelve a entrenarse pensando en el debut del domingo en el torneo de fútbol de la ciudad, luego de ser campeón y valla menos vencida en el Campeonato Provincial siendo el arquero titular del seleccionado nicoleño. El chico, ambicioso, vive el presente y sueña en grande. ¿Por qué, no? Tiene todo por delante.
Cae la tarde del viernes en San Nicolás y Adolfo está en lo de su tío, junto a su hermana. Ambos tienen que ir para el centro, ella a inglés y él para el entrenamiento de fútbol. Deciden irse juntos, en bici. No saben que, pocas cuadras después, en la concurrida avenida Savio, algo cambiará sus vidas. Para siempre. “Un camión enorme, con acoplado, se tiró a pasar a un auto y no nos vio. Nos empezó a encerrar. Yo sólo atiné a empujar a mi hermana contra dos autos estacionados para que pudiera zafar del golpe. Yo pensaba hacer lo mismo, pero no me dio tiempo. El camión golpeó mi manubrio con una de sus últimas gomas, me desestabilicé y caí”, relata Berdún desde la casa de su hermana en San Nicolás, donde disfruta de los suyos luego de festejar el título N° 32 de su carrera, el Sudamericano con la Selección argentina en el Cenard, y antes de volver a Italia, donde es el extranjero con más campeonatos en la historia del básquet de silla de ruedas. Claro, ahora Adolfo es una estrella del Básquet Adaptado mundial, pero en aquel entonces, hace 26 años, sus sueños eran otros y por varios meses, tal vez años, se rompieron totalmente. Hasta que los pudo reconstruir a fuerza de voluntad, entereza y mentalidad…
“Y sí, aquello fue una cagada, un momento feo. Estuve casi ocho meses entre el hospital y mi casa. Lo peor fue cuando me enteré que me faltaba la pierna… El primer mes no lo supe, porque estaba todo el tiempo con mucha anestesia por el dolor en el cuerpo. Me mantenían sedado y no me dejaban mirar cuando me hacían las curaciones… Hasta que un día me quise levantar y me di cuenta. Me enojé mucho y la ligó mi mamá, que ese día me estaba acompañando. Le dije de todo, me puse muy mal”, recuerda con algo de culpa. Pero el relato sigue. “Pero ese día, aunque me costara, entendí que ya nada sería igual. Cuando volví a casa, luego de varios meses, ya no sufrí tanto, porque mucha gente me iba a visitar, me sentía un rey… Volví a caer cuando, después de un tiempo, ya no fue tanta gente a verme porque, claro, cada uno tenía que hacer su vida, ir a trabajar, a clases… A veces hasta mi mamá se iba a hacer los mandados y yo me preguntaba por qué me dejaban, si sentía que no podía hacer nada. Me quejé, me enojé, lloré mucho… Hasta que un día dije “sigo así o hago algo”. Y así empecé a valerme por sí mismo. Hasta que un día, debe haber sido al octavo mes desde el accidente, les pedí a mis padres que me llevaran al club para ver a mis amigos… Fue cuando todo cambió para siempre”, rememora.
Adolfo llegó a ADyR (el club hoy se llama Unidos) para el esperado encuentro, pero un guiño del destino lo estaba esperando. “Estaba entrenando el equipo de básquet de silla de ruedas. Siempre había estado ahí, pero yo nunca lo había visto, no sé… Yo entré caminando con bastones y los muchachos del equipo me vieron y me invitaron a sentarme en una silla. Y a jugar… Fue lo mejor que me pudo pasar. Fue un amor a primera vista. Ese día ya me divertí mucho, transpiré después de mucho tiempo y definitivamente me enamoré del básquet adaptado”, recuerda. Allí no sólo descubrió un nuevo deporte, sino que se hizo de un grupo que hasta hoy mantiene. “El más joven tenía 25 años y luego la mayoría tenía más de 30. Crecí a su lado, gente más grande y aprendí mucho… Siempre recuerdo que me decían ‘el nene’, igual que hoy, pese a tener 40, en el grupo de chat que tenemos. Con ellos ascendimos a la segunda división nacional, viajando por todo el país, todos apretaditos en camioneta o micros, meta mate y bizcochos”, comenta, entre risas, cuando recuerda aquellas experiencias que lo “devolvieron a la normalidad, porque me di cuenta de que había una vida paralela”.
De repente, admite, “dejé de pensar en lo que no podía hacer para enfocarme en lo que sí”. Una enseñanza que provino de su interior, de su personalidad, pero también del apoyo familiar. “Me dieron la libertad de enojarme y me apoyaron, escuchándome y dándome bola. Pero ojo, cuando me seguía enojando, me dejaban de darla. Fueron límites que me sirvieron. Me siguieron tratando como siempre, como un igual y yo, de a poco, dejé de enojarme y quejarme. Al principio, pensaba ‘cómo hago para tomar un vaso de agua, si no me puedo mover…’. Pero pasaba que tenía sed, entonces iba y lo tomaba. Después, cuando ellos ya estaban en casa, por orgullo no dejaba que nadie me lo trajera. Lo iba a buscar yo, así empecé a cambiar…”, explica sobre cómo se dio aquel proceso.
Berdún precisa que 1999 fue el año de quiebre en su nueva vida como deportista adaptado. Tras el ascenso a la Primera nacional, lo llamaron a la Selección. “En realidad, a una preselección de 30 jugadores, en la que yo era una de los dos más jóvenes. Quedaron 20, luego 15 y, de repente, yo estaba entre los 12. Para mí, sin merecerlo. Yo creo que el técnico me quería y, de paso, hacía una necesitada renovación. Así que me encontré viajando a México para los Panamericanos con 19 años. Algo increíble, impensado, apenas cuatro años luego del accidente”, analiza quien es hoy el basquetbolista argentino con más títulos a nivel de clubes y de Selección, con 32.
Cómo decidió irse a Italia
“En la Selección apenas se hablaba de esa chance y yo me preguntaba si se podría vivir de este deporte en otro lugar del mundo. Hablamos de una época con teléfonos de línea, casi sin Internet… Hasta que un día, creo que en 2003, me llega por correo un interés desde Alcalá, Madrid, para jugar en la División de Honor en España. Al final, no se dio, prefirieron a un australiano, pero al poco tiempo cayó una propuesta desde la Isla de Cerdeña, para jugar en Cagliari, en la segunda división. Yo no tenía ni idea dónde era, cómo era, pero me tomé un avión y me fui. Tenía tanto miedo que no se diera que me quedé horas, casi sin ir al baño, debajo de la puerta de embarque en Roma para no perder el avión hasta Cerdeña. Recuerdo que no entendía el idioma pero, cuando llegué, me alojaron en una casa enorme de dos pisos con varios extranjeros, viajaba todo el tiempo en avión y me hospedaba en hoteles top. Yo no entendía nada. Encima salimos campeones de la segunda división y ascendimos, siendo el goleador y mejor jugador del torneo. Mi vida había cambiado totalmente”, explicó.
Una carrera de élite
“Cuando pienso, me parece mentira ser el extranjero con más títulos en la liga italiana, el haber jugado 40 finales… Realmente trabajé mucho para todo esto, me entrené mucho y, sobre todo, nunca le tuve miedo a codearme con los mejores, a buscar mayores desafíos. Imaginate que luego de tres años de ensueño en Sassari, me fui a Lottomatica de Roma, a jugar con dos campeones olímpicos australianos, un canadiense, dos ingleses campeones de Europa y el mejor italiano… Y por menos dinero. Pero yo quería ir por más, ganarme un lugar entre los consagrados. Me fui de un equipo en el que jugaba 40 minutos a otro para entrar 10, de uno que promediaba 20 puntos a llegar a seis. Pero, de repente, tanto entrené y mejoré que empecé a jugar 22 minutos, sin poder creerlo. Yo nunca me conformé con estar, solo con jugar, siempre quise ir al mejor club y estar con los mejores jugadores, buscar mayores desafíos. Fue algo natural”.
Adolfo se siente pleno y así, justamente, se lo vio en estos días en el país, en la previa, durante y posterior al Sudamericano que disputó con la Selección, la que integra desde hace 22 años, 15 como capitán. Argentina fue campeón, tras vencer a Brasil, y así logró la plaza para la Copa América 2022, que será clasificatoria para el Mundial. “Yo jugué cinco Sudamericanos, pero este título fue diferente y realmente especial. Por varios motivos. La preparación la comenzamos en San Nicolás, mi ciudad, con los míos, y si bien estuvimos aislados, como nos pasó en Buenos Aires, me sentí en casa. Conocía cada calle, cada lugar, me sentí distinto. Incluso cuando ya nos mudamos a Buenos Aires, días antes del torneo. Y luego, claro, ganarle a Brasil, nuestro clásico, con 25 familiares en las tribunas, que viajaron especialmente, fue muy emotivo. Además, para mí, por la forma que lo hicimos… A mí nunca me había pasado llegar a una instancia importante y no jugar al menos 30 minutos o ser protagonista. Y esta vez no sucedió. De hecho, el equipo jugó mejor sin mí y yo no anoté puntos. Pero no te puedo decir lo feliz que igual estuve, lo que me emocioné en el banco. Porque habla de un crecimiento del grupo, del equipo, que ya no depende tanto de mí. Y eso me pone feliz, porque se viene la Copa América, que será mucho más difícil”, contó quien obtuvo el subcampeonato de América en 2013 y el tercer puesto en 2017, posiciones que le permitieron viajar a dos Mundiales, el de Inchon, Corea del Sur, en 2014, y Hamburgo, Alemania, en 2018.
La actualidad del básquet adaptado
“La difusión de este Sudamericano nunca la vi en la historia, ni en Sudamérica y hasta te diría en Italia, donde el básquet adaptado tiene otro recorrido, dentro de una sociedad con otra valoración hacia el deportista discapacitado. Ojalá sirva y sea un quiebre, que el país entero empiece a entender que una persona con discapacidad puede jugar y competir. En nuestra Selección hay siete u ocho jugadores que estamos en Europa, porque allá se puede lo que acá no: vivir del básquet de silla de ruedas, pero este es un ejemplo que, a futuro, se puede pensar en hacerlo. Lo que pasó fue mucho más grande que yo lo que pensaba. Imaginate que, en simultáneo, se jugó el Europeo en Madrid y la gente que miraba los partidos, allá y acá, por streaming, fue casi la misma. Ahí te das cuenta que algo se está despertando acá y que todos debemos ayudar”.
¿Cambiaría todo esto por volver a caminar?
“Nunca me lo he planteado seriamente, más que con algún boludeo que siempre se te cruza. Si no hubiese pasado, tal vez no habría existido un Pato Abbondanzieri (se ríe fuerte). Nunca lo sabés (se ríe), lo que sí sé es lo que viví. Y nunca cambiaría mi vida, si recuerdo todo lo que increíble que me pasó en estos años. Tenemos que pensar que toda persona, con o sin accidentes, tiene momentos malos y buenos en la vida. Y, de hecho, yo los tuve. Ni siquiera puedo decir que el peor haya sido el accidente. Mi mamá falleció de repente, a los 52 años, por un paro cardiaco. Eso fue terrible. Y mi viejo se me fue también, a los 70, por un cáncer. Nunca sabré lo que hubiese pasado sin el accidente, pero repito: no la cambiaría. Hoy, más allá de mi carrera deportiva, soy padre de tres hijos, tengo una familia hermosa, con mi mujer, mis hermanas y mis amigos. ¿Qué más puedo pedir?”.