En el Día Mundial de la Acción para los Trastornos de la Conducta Alimentaria, la dura historia de Agustina Murcho, nutricionista especializada en TCA, que antes fue una paciente. Desde 2015, colabora desde su experiencia para que otras personas a recuperen su salud
El bullying que sufrió durante los años de su infancia fueron las piedra que construyeron el camino para que Agustina Murcho comenzara a padecer trastornos en la alimentación, aún cuando no entendía qué era lo que pasaba. Tenía apenas 11 años cuando le preguntó por primera vez a su papá: “¿Estoy gorda?”.
Esa mirada acusadora sobre su propio cuerpo había llegado desde afuera, de las duras palabras y también de la indiferencia de quienes compartían con ella el aula y los recreos y ponían en objeción su talla y su peso. Eso la siguió como sombra durante la adolescencia y la acompañó mientras estudiaba la licenciatura en Nutrición. No eran ya aquellas palabras las que repercutían Agustina sino el daño interior que lograron y que la llevó a tener distintos trastornos en su alimentación.
Pero pudo salir adelante y, con el tiempo, fue más allá de su propia recuperación: decidió ser la profesional de la salud que no tuvo, la que pudiera no solo armar dietas sino acompañar a quienes padecen lo que vivió en carne viva. Hoy, con 33 años, trata a sus pacientes desde el entendimiento de quien ya pasó por ese lugar, los ayuda a sanar y a relacionarse de una manera más amorosa con la comida y ellos mismos.
“No me pensé capaz de ayudar a otras personas que padecían esos trastornos. Es más, cuando comencé a estudiar no quería tratar con alguien como era yo, pero luego entendí que podría ayudar de otra manera por haber estado en el mismo lugar”, dice hoy, con 7 años de trayectoria y un posgrado en Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Ayudar desde la experiencia
Agustina mira atrás y usa su pasado para tomar envión. Cuenta lo que vivió de manera estoica y con el deseo de que si alguien está pasando por lo mismo pueda usar su experiencia para pedir ayuda. A ella, si lo desea.
“Desde muy chiquita tuve algo con la comida porque recuerdo que en el kiosco de la escuela compraba un montón de comida innecesariamente. Siempre fui ‘desesperada’ por la comida: ya a los 3 años veía comida y, según recuerda mi mamá, me desesperaba”, cuenta.
La situación que hoy le hace “ruido” la vivió a los 11 años. “Fue cuando mis padres se separaron y no recuerdo me que eso me haya angustiado. No sufrí la separación de mi papá; lo tapé con comida, pienso; pero son todas creencias y lo estoy trabajando con la psicóloga… Coincide con que a esa edad ya me veía gorda”.
Entre los 13 o 14 años, empezó a restringir la comida de a poco, por medio de dietas que realizaba por su cuenta. “Tenía 15 cuando de un día para el otro me dije: ‘¡Voy a dejar de comer!’ y dejé de hacerlo. Me diagnosticaron con anorexia nerviosa y, obviamente, todo eso fue insostenible. Después empecé con atracones y con vómitos, a los 16 años. Pasé de las restricciones a los atracones, como suele pasar”, recuerda.
Eso la hizo perder peso rápidamente: cree que bajó 12 kilos en 6 meses y un desmayo en la casa de una amiga puso a su familia en alerta. “Nunca quise tratarme, pero obviamente fueron mis papás quienes me llevaron al primer tratamiento. En 2004 me diagnosticaron anorexia y como no me quería tratar, siempre mentía y no contaba lo que realmente hacía. Al año siguiente tenía el viaje de egresados a Bariloche y como no estaba comiendo mis papás amenazaban: ¡Si no comés, no viajas! Y ahí fue cuando empecé con los atracones y con los vómitos: parecía que estaba mejor porque recuperé peso… Suele creerse que si una persona está en un peso normal no puede tener un trastorno alimentario y no es así”.
Cuando inició la carrera en la Universidad de Belgrano, Agustina estaba con atracones y vómitos. “Pese a eso, estudié, pero cuando me recibí comencé a empeorar. No eran solamente los atracones sino que también vomitaba todo lo que comía y se comenzaba a notar lo que me pasaba porque se me caía el pelo”, cuenta.
Sigue: “Un día, mi hermano descubrió que me había comprado un montón de comida y se lo contó a mi mamá… Ese fue lo último antes de que me derivaran a un hospital de día. Recién entonces pude empezar a recuperarme. Yo ya no estaba en condiciones de realizar un tratamiento ambulatorio sino que estaba en riesgo de vida. Vomitaba unas siete veces por día y tomaba mucho alcohol los fines de semana; eso también tiene que ver con el trastorno compulsivo de los atracones”. En ese centro pasaba 9 horas diarias y hacía todas las comidas ahí. “De ahí salí del riesgo clínico y empecé a estar mejor”.
Entre los 17 y 22 años, su enfermedad no fue tratada porque no tomaba conciencia de lo que padecía. Fue internada por deshidratación. A los 22 inició los tratamientos médicos que, finalmente, mejoraron su calidad de vida. A los 25 se recibió de nutricionista
Ayudar para ayudarse
Mientras se recuperaba, Agustina comenzó a utilizar más las redes sociales, pero allí se encontró con un mundo que atacaba los cuerpos, de las mujeres especialmente, y que exigía una perfección ridícula. “En ese lugar estaba todo peor todavía, pero sentí que sería bueno poder ayudar a la gente a salir de ese mundo irreal y ayudar también a que no creyera todo lo que veían porque podía ser peligroso. Así fue como quise capacitarme e inicié el posgrado en Trastornos de la Conducta Alimentaria y de a poco comencé a atender pacientes”, cuenta.
De ese inicio recuerda como “el mejor momento” las primeras veces en las que se sintió parte de la recuperación de otra persona. “Es maravilloso cuando logran salir, pero también duele cuando no se los puede ayudar. Queda una sensación de frustración terrible”, lamenta.
Ya formada en nutrición, se recibió en 2011, no ejerció hasta 2015, cuando sintió que podía ponerse al frente de la historia de otras personas e iniciar juntas el camino de la recuperación. “En 2012 inicié el hospital de día y en 2015 el tratamiento ambulatorio y ya estaba bien”, dice.
“Pasó ese tiempo porque yo estaba con el tratamiento y demás. Me capacité en TCA para poder ayudar a las personas que están pasando por lo que yo pasé”, explica y cuenta que formó un equipo con otras nutricionistas y psicólogas también especializadas en el tema.
Con las redes ya insertas en la vida social, se volcó a ellas y las convirtió en una herramienta más mediante la cual concientizar e informar sobre esos trastornos. “No son cuestión de capricho ni de voluntad, se tratan de patologías, que es mucho más complejo”, aclara.
En ese tono, agrega: “Para tratar cualquier patología es fundamental capacitarse, pero el hecho de haber vivido lo que ellos están pasando hace que pueda entender todo lo que sienten y piensan porque los pensamientos de una persona con trastorno alimentario son incoherentes e irracionales. Solo cuando se vivió lo mismo se entiende porqué la otra persona siente lo que siente. Al igual que esa sensación de miedo extremo a ciertos alimentos o al no poder frenar con los atracones… Yo sé de qué se trata, estuve en ese lugar y eso genera mucha más empatía”.
Recordando la parte más cruda de su vida, admite: “Cuando dejé de comer, lo hice para llamar la atención, no como un llamado de atención de ‘¡mírenme!’, sino porque la había pasado tan mal en el colegio y me dejaban tanto de lado que, creo, lo hice por eso. Quería que me quisieran y generar preocupación con los demás… De eso me doy cuenta ahora”.
En primera persona
Cuando comenzó a recuperarse, Agustina comenzó también a escribir lo que había vivido. En 2020 publicó dos libros sobre alimentación y en 2021 Vulnerable, en el que cuenta lo que ella vivió sin dejar nada de lado:
Empecé a desayunar poco, a no comer nada en el colegio y a hacer un escándalo en la casa de mis padres a la hora de la comida. Nos peleábamos todo el tiempo. Me veía cada vez más flaca y eso me motivaba a seguir bajando de peso. En el colegio, me decían que no me veían bien y yo lo sentía como una victoria: mi flacura les preocupaba. Mis acciones tenían el resultado esperado. Quería que todos me prestaran atención y lo estaba logrando, pero sin darme cuenta de que me estaba destrozando.
La cita es parte de Vulnerable, el testimonio en el que, por primera vez, cuenta su propia batalla contra el trastorno alimentario. Allí repasa su vida escolar, universitaria, laboral y vincular, atravesada por la obsesión por la delgadez y la relación tóxica con la comida.
“Aún hay personas no se anima a contar lo que le está pasando y a partir de toda la información que yo doy creo que pueden animar sin verse como culpable por lo que les está pasando. Lo bueno, es que se está comenzando a hablar de esto”, opina.
Al final de la entrevista, aconseja: “Es importante pedir ayuda si están pasando por esto. No hace falta llegar a lo extremo, pero si uno nota que tiene miedo a ciertos alimentos, si quieren empezar a hacer dieta porque se sienten mal con ellos mismos, no deben hacerla sino buscar ayuda en profesionales y especialistas porque iniciar una dieta solo hará que el cuadro empeore. Y siempre hay que pedir ayuda”.