La organización de Santa Fe estructura su proyecto a partir de cuatro ejes: la motivación, la educación técnica, la lucha contra los estereotipos de género y, finalmente, la inserción laboral, real y efectiva.
Mirar alrededor fue suficiente para tomar noción de lo que estaba sucediendo. En el año 2019 la arquitecta Ileana Rossi trabajaba en una obra y se encontró con una situación que le hizo abrir los ojos y dar pie a una nueva iniciativa: estaba rodeada de hombres, tanto operarios como demás profesionales. Ileana era la única mujer.
Compartió su experiencia con compañeras colegas y, como siempre, la unión hace la fuerza. Juntas decidieron llevar adelante un curso en una copa de leche – merendero – del hermano de Rossi. “La idea fue vamos a formar a 20 o 30 mujeres y, de repente, se llenó de 70-100 mujeres”, señala con alegría Yamila Garzón, presidenta de la organización, y agrega que el proyecto “viene superando las expectativas desde todo sentido”. A partir de ese momento, comenzaron a implementar cursos de albañilería, electricidad, revestimientos plásticos, pintura, instalaciones de agua y cloacas. Si bien las mujeres siguen a la obra, lamentablemente, la pandemia frenó los encuentros, ya que para el dictado de cursos de oficios la presencialidad es imprescindible.
Lo que comenzó hace tan solo dos años como un grupo de amigas todas voluntarias, la mayoría arquitectas, pero también de otras disciplinas, se institucionalizó hasta conformarse en Asociación Civil en el año 2020. “Todas venimos de la universidad pública y de ahí viene un poco la motivación: aportar lo que otras mujeres no pueden tener, que es la formación universitaria, y devolver un poco a la sociedad que nos forma”, detalla. ¿Su lema? “Ser el cambio que queremos ver en el mundo”.
El proyecto y la lucha contra los estereotipos
Los números dejaron en claro la alta demanda de capacitación por parte de las mujeres. En ese sentido, cabe mencionar que, en general, para todas el mundo de la construcción era un área conocida. “Cuando comenzamos apuntamos a un barrio donde la mayoría de la salida laboral es en la construcción, entonces las mujeres tienen en la familia ya sea el papa, un marido, un hermano o el novio que trabajan ahí”, explica Garzón.
Sin embargo, la presidente de Mujeres a la Obra detalla que son las barreras del mercado las que dificultan la inserción. Antiguos paradigmas, prejuicios, construcciones sociales y un sinfín de cualidades físicas y emocionales que, a lo largo de la historia, hicieron que se considere a la mujer poco apta para trabajar en el rubro de la construcción. ¿Por qué una mujer no puede estar en una obra? ¿Por qué no puede ser electricista, plomero? se preguntaban desde la asociación. A su vez, Garzón menciona que uno de los clichés más empleados por la sociedad hace referencia a que las mujeres no pueden trabajar en construcción porque no pueden levantar peso. “Sin embargo, hay miles de tareas para hacer, miles de oficios, hay miles de cuerpos, como los hay de varones”, refuta.
“Lo que traba es la cultura organizativa”, resalta. El cambio, entonces, implica un compromiso de ambas partes por romper con los prejuicios con los que se carga al colectivo de mujeres y disidencias. Por un lado, Yamila señala el hecho de que las mujeres se sientan capaces de ocupar esos roles y, por el otro, que el personal que va a emplear considere a la mujer como una opción para incorporar a sus equipos. Es por eso que una de sus principales políticas son las capacitaciones con perspectiva de género, que ofrecen como servicio a empresas. También, participan en procesos de selección.
La entrada al mercado laboral no lo toman como un punto más del eslabón del proceso, ni como la recta final, sino que lo abordan como un momento cúlmine con sumo cuidado: “No es cuestión de que se metan a trabajar en cualquier empresa, sino que la empresa tiene que tener ciertas características adecuadas para que la inserción de esas mujeres sea lo más respetuosa posible”.
En primera persona
“En todo el 2019 capacitamos a más de 150 mujeres de 18 años en adelante”, destaca Yamila, que aclara que no sólo tomaron los cursos como salida laboral, sino también como aprendizaje para arreglos domésticos. Se publican las opciones y los cupos vuelan en horas.
Hilda Álvarez conoció a Mujeres a la Obra a través de las redes sociales, cuenta que no se decidió por un solo curso, entonces se anotó a los de electricidad, operaria de la construcción y colocación en durlock. “Estas capacitaciones formaban parte de un territorio inexplorado e impensado antes para mí, porque los miraba de reojo, ya que se entienden, o entendían, generalmente, como parte del mundo privativo de la masculinidad, pero me acerqué para aprender un oficio y me terminé enganchando en casi todos”, relata.
“Realmente sentí una transformación, un cambio de paradigma, me sentí capaz y descubrí que los oficios no tienen género, que los obstáculos y dificultades están presentes en cualquiera de ellos, que sólo hay que animarse si uno lo desea”, cuenta emocionada Hilda que, además, en julio termina un curso formal de electricidad donde recibirá su matricula para poder ejercer el oficio. A su vez, empezó a cursar la carrera de Maestro Mayor de Obra. Álvarez no solo se llevó una caja de herramientas técnicas y teóricas, también derribó sus propias barreras. “Mujeres a la Obra hizo posible que pueda proyectarme hacia el futuro”, subraya y confiesa que, en un principio, había comenzado los cursos con ciertas creencias machistas.
Mujeres a la Obra o MO, como es su sigla, es una organización en crecimiento que supo hacer de un nicho, históricamente ocupado por hombres, una oportunidad de aprendizaje y desarrollo para mujeres. Con base en la confianza y en el empoderamiento, son fuente de inspiración para que muchas más se sumen al rubro y experimenten. Salir de la queja, actuar y hacer frente aquello que se percibe que no está bien es el accionar que defienden.
FUENTE: ZONAPROP