“Y hoy canto para aquellos otros, para que no muera el recuerdo, aquellos que se fueron, aquellos que ya nunca volvieron, aquellos otros… somos nosotros”. Alejandro Lerner.
La memoria de la Guerra de Malvinas es y será eterna porque es inmenso lo que las Islas nos producen a los argentinos. Porque las secuelas de las guerras son infinitas.
Los héroe caídos, sus familias que los continúan, y los veteranos, son portadores de historias únicas de vida que el transcurrir de los años van trayendo a la superficie. Es así, como ocurre siempre. Es el paso del tiempo el que permite a una sociedad abordar profundamente su pasado con sus dolores y tragedias más difíciles. Son las nuevas generaciones las que renuevan las preguntas, que indagan, que necesitan saber.
Eso es lo que está ocurriendo hoy. Lo vemos en la cantidad de material riquísimo e inédito que aparece en los medios periodísticos, los encuentros con veteranos, las actividades de las familias, los homenajes.
Enhorabuena que suceda. Es vital que ello ocurra, nos hace crecer y salda, (nunca del todo porque el tiempo no vuelve), lo que se hizo mal. Fue grave no haber cuidado a los combatientes y a las familias como correspondia, atendido sus necesidades, escuchar sus penas, tristezas y consecuencias que la guerra les dejó. No haberlos honrado como merecían. A la algarabía social del 2 de abril le acompañó la indiferencia y el olvido después del 14 de junio. Así nos comportamos.
Este aniversario debe hacernos pensar en ésto y obligarnos a cambiar.
Se trata del respeto que debemos darnos como seres humanos, animarnos a ser sensibles, reconocernos iguales unidos en el mismo ideario como país.
Malvinas nos une y así debe ser siempre.
Recupero en este día mis viajes a Malvinas al cementerio de Darwin, el 26 marzo de 2018 y el 19 de marzo de 2019 acompañando a las familias al encuentro con sus seres queridos, los héroes que allí descansaban y que gracias al Plan Humanitario de Identificación pudieron tener su nombre y apellido en sus tumbas. Ya no fueron más el “Soldado Argentino solo conocido por Dios”.
Fueron 117 familias que en esos viajes llenaron de vida el cementerio. Vaya paradoja pero así fue.
Bajo un celeste inmaculado y sin viento, en esas dos jornadas el orgullo venció a la tristeza y a la pena. El reencuentro y cerrar heridas lo hizo posible
Son lecciones para todos, que en este 40 aniversario toman mayor dimensión. Así lo creo, así lo siento.
Por Claudio Avruj
Director de Optimism