Históricamente, ciertas especies animales fueron objeto de espectáculos circenses o ambulantes donde el espectador disfrutaba de sus peripecias y en los que previamente habían sido sometidos a un duro maltrato, sobreviviendo en pésimas condiciones fuera de su hábitat natural. Animales como tigres, leones, elefantes, serpientes o primates entre otros, eran capturados y convertidos en mercancía para el tráfico ilegal con un claro objetivo: ser los protagonistas de una nueva función.
Este desdichado destino fue el que durante años sufrió Julieta, una de las hembras de chimpancé que alberga Bioparc Fuengirola desde que asumió la gestión del antiguo zoológico de esta localidad malagueña. A finales de los años setenta, este primate recorría las costas españolas disfrazada y acompañada por su dueño, haciendo gracietas a los turistas que, a cambio de dinero, se hacían fotos con ella o disfrutaban de su inteligencia.
En 1999, tras ser encontrada en un deplorable estado e incautada por el Seprona, las autoridades ofrecieron al viejo zoológico de Fuengirola la posibilidad de quedarse con ella y asumir su cuidado. En ese momento, Rain Forest, que ya asumía la gestión del parque, aceptó sin dudarlo. Ahora, Julieta con una edad estimada que ronda los 55 años -a falta de registros oficiales-, lleva más de veinte años formando parte de un grupo de chimpancés, rodeada de los suyos, junto a cuidadores y veterinarios que garantizan su bienestar y desarrollo animal.
Con esta historia hoy, 14 de julio y Día Internacional del Chimpancé, Bioparc Fuengirola hace un llamamiento sobre la necesidad de protegerlos, cuidarlos y conservar su hábitat natural. Una especie que se encuentra en peligro de extinción y cuya población sufre un continuo decrecimiento.
El estado en el que las autoridades de la zona encontraron a Julieta fue lamentable. Un primate trastornado que había pasado más de diez años en una jaula que no superaba los tres metros cuadrados. Y es que, tras ser utilizada como animal de entretenimiento por toda la Costa del Sol para los turistas de la época, Julieta crecía y eso hizo que la persona que por aquel entonces la retenía no pudiera seguir exponiéndola al público.
“Todos esos años en soledad, abandonada y sin ningún tipo de contacto con el exterior le provocaron serios trastornos psíquicos y físicos. Estaba nerviosa, se arrancaba los pelos o se mordía los pies y las manos. Comportamientos anormales y peligrosos derivados de la situación que vivía”, explica Jesús Recuero, veterinario.
Su introducción en el grupo de chimpancés que ya albergaba el centro de conservación malagueño no fue fácil. Julieta no sabía de la existencia de miembros de su misma especie. Su comportamiento estaba totalmente humanizado y demostraba un mayor apego a los humanos que a sus hermanos primates. “Desde el primer momento manifestaba actitudes tan humanas como dar abrazos o tirar besos a las personas. Conductas que dos décadas después aún mantiene y de la que los propios visitantes pueden darse cuentan si pasean alrededor de su instalación”, señala Recuero.
El trabajo de integración fue lento, pero gracias al esfuerzo y dedicación que asumieron el equipo de veterinaria y los cuidadores, Julieta logró participar en el grupo; se sentía más cómoda entre sus iguales y comenzó a manifestar conductas propias de su especie como acicalamientos o juegos.
“Con cuidados individualizados y paciencia, se atendieron correctamente las necesidades de un animal que estaba muy maltratado física y psicológicamente. Ahora, lleva una buena vida y todo el equipo está orgulloso de todos sus avances. Hemos trabajado para no potenciar sus actitudes humanas y sí, en cambio, alentar actitudes positivas y naturales entre ellos”.
A pesar de todas las mejoras, Julieta no ha llegado a desarrollar comportamientos que habrían sido normales en su hábitat natural o viviendo con otros chimpancés como, por ejemplo, el sexo; una práctica que los primates adquieren a través del aprendizaje e imitación, algo que no pudo aprender y que, por lo tanto, desconoce.