Su sueño es subirse a una nave espacial. A los 20 participó de una simulación de la vida en Marte, a los 23 se probó el traje espacial. Hoy, mientras espera una nueva experiencia cerca de la NASA, su nombre ya figura en un satélite pronto a despegar. Desde Mendoza al infinito y más allá.
Marcos Bruno va a viajar al espacio este año. Su nombre, no su cuerpo. Una placa con sensores diseñada por él y un equipo de jóvenes de universidades argentinas, que lleva inscriptos los nombres de todos, ya está montada en un satélite de la empresa argentina Satellogic que despegará en un cohete a mediados de 2022.
El Marcos de “chips y silicio, no de carne hueso”, como dice él, tendrá así su bautismo de fuego en esta aventura que se propuso desde que era un niño: ser el primer argentino en viajar al espacio, un sueño que está dispuesto a cumplir. Para eso, ya empezó a transitar un camino lleno de obstáculos que hasta ahora viene sorteando.
Animarse a soñar…con el espacio
Algunos quieren jugar un Mundial; otros, tener un hijo o una casa frente al mar; Marcos quiere viajar al espacio. Está convencido de que se puede, que hay que “animarse a soñar con estas cosas”. Este joven mendocino, a sus 26 años, ya ha podido dar pasos concretos para cumplir su objetivo. Hace seis años, en mayo de 2016, participó de un experimento en la Mars Society de Estados Unidos tras haber sido seleccionado entre cientos de candidatos de todo el mundo.
La organización, que impulsa proyectos para el futuro desembarco de la humanidad en Marte y está financiada por la NASA, entre otras instituciones, tiene un centro de simulación en el desierto de Utah. En esa geografía, muy parecida a la del planeta rojo, Marcos tuvo su debut como “astronauta”. Se puso un traje espacial, se metió en un simulador y “vivió” unas horas en Marte. Cuando se bajó y volvió a la realidad, recuerda que corrió y lloró de alegría. “Fue uno de los momentos más felices de mi vida, todo lo que había soñado estaba frente a mí”, dice.
Pero a veces el destino impone desafíos mayores en el momento en el que uno cree que superó todo. Eso ocurrió con Marcos. Cuando dejó el desierto y volvió al hotel en la ciudad, aparecieron 24 llamadas en su teléfono. Sus familiares querían darle una dura noticia: su papá había muerto, lejos, en su Mendoza natal. “Pasé del mejor momento de mi vida al peor, sin escalas”, reconoce hoy: “Maduré mucho a partir de eso, fue un golpe de realidad que me dio la vida. A los 20 años aprendí lo que es realmente un problema, no esas cosas de las que nos preocupamos a diario. Entonces a muy temprana edad entendí que tengo que hacer las cosas que me van a hacer feliz”.
Del bullying al sueño de ser astronauta
En esos días su infinita curiosidad contrastaba con su preocupante introversión. Se la pasaba solo, leyendo ciencia ficción. Y esa personalidad lo hizo una víctima fácil del bullying en la escuela primaria. Pasó lo mismo en la secundaria. Hasta que un día todo cambió.
Marcos recuerda la fecha exacta: 8 de octubre de 2010. Aunque seguía inmerso en su aislamiento, ya había aprendido a tocar la guitarra y, junto a otros compañeros, armó una banda de rock y se subieron a un escenario improvisado en el colegio: “Yo estaba como loco, corriendo de un lado para el otro, mi mamá no lo podía creer. A partir de ese día cambié, me volví más sociable, extrovertido. Pasé de ser una persona ridículamente introvertida a alguien que no puede quedarse callado como soy hoy. Todo gracias a la música”.
El Marcos que antes no miraba a los ojos a nadie, ahora tenía amigos y una novia. Y sus ojos se posaban en cosas más terrenales que el cielo y las estrellas. Así que el sueño de viajar al espacio dejó de ser un objetivo para su vida. Hasta que cuando menos lo esperaba, resurgió. Es otra fecha que lleva tatuada en su calendario: 6 de noviembre de 2014, recién ingresado a la Universidad Nacional de Cuyo para estudiar ingeniería mecatrónica.
Se enteró que Ellen Baker, una astronauta de la NASA, iba a dar una charla en Mendoza. Allá fue Marcos y aunque llegó tarde, alcanzó a hablar con el traductor de Baker, un joven colombiano que, como él, había nacido muy lejos del lugar donde se forman los astronautas. Pero que ahí estaba, iniciando su carrera espacial. Y entonces el bichito le volvió a picar: “A mí escuchar eso me voló la cabeza, ¡era posible lo que yo pensaba que era imposible!”.
Ser piloto, buzo y después astronauta
Hace poco empezó a coleccionar horas de vuelo en avión para recibirse de piloto. Y después piensa hacer lo mismo pero debajo del agua, para ser buzo. Son experiencias que le darán puntos en la larga carrera hacia el espacio. También el experimento académico con Satellogic, resultado de una competencia nacional que ganó con su equipo.
Marcos no se pone límites. Al infinito y más allá, parece apuntar cual Buzz Lightyear de la saga Toy Story. Por supuesto, el sueño de volar al espacio no es ningún juego para él, que creció rodeado de libros de ciencia ficción y cohetes de juguete.