El hashtag #AdoptenNiñosGrandes reúne varios casos de familias que apostaron a darle una segunda oportunidad a niños y a adolescentes.
Los nervios de la primera cita y un símbolo inequívoco del deseo de volver a maternar. A sus 54 años, Paula Resnik, rescató del fondo del placard el bolso de patchwork que había llevado al sanatorio las dos veces que fue a parir, en los 90, y encaró para el shopping donde conocería a Vero, su tercera hija.
“Es muy raro ir a conocer a una hija de 14 años, y para ella también era rarísimo”, dice Paula con una sonrisa que le ocupa toda la cara. “Nos reíamos, nerviosas, ella no paraba de hablar, aunque estaba un poco tímida, también”. Habrán pedido un café, qué importa. Lo importante de esta historia es que una piba a punto de cumplir los 15 años había recibido la noticia de que una señora quería conocerla y con suerte, mucha suerte, adoptarla.
Sus chances de conseguir una familia eran ínfimas. Literal. Es que en la Argentina, el 86% de las personas inscriptas para adoptar buscan bebés de hasta un año. Después, el porcentaje cae de manera abrupta, o podríamos decir desesperante para esas chicas y chicos a los que cumplir años les significa no tanto la ilusión de soplar velitas o recibir regalos, sino ver cada vez más lejos la posibilidad de tener una familia. En el caso de Paula y de Vero, la cita funcionó. A la semana hubo fiesta con vestido y todo, brindis, presentación de hermanos, cuñada, tías y abuela.
Su historia es una de las que pueden encontrar con el hashtag #AdoptenNiñosGrandes, una iniciativa que se hizo viral y compila un montón de casos distintos, uno más emotivo que el otro, todos particulares y con el denominador común de ampliar la búsqueda y cambiar el chip: adoptar a un niño o niña más grande, incluso adolescente, es reconocerles el derecho de tener una familia e ir en búsqueda de esa oportunidad.
Es el caso de Gabriela. Soltera, 36 años, decidida a maternar sola y por adopción. “Para mí no era un plan B, adoptar fue mi primera opción. Mi idea de la maternidad es que debe ser deseada, planeada y responsable. Así que me inscribí para ahijar niñes de hasta cinco años, luego amplié a nueve y finalmente llegó mi hija, que tenía 10 y dos intentos fallidos previos. Yo era su tercer intento de mamá” dice Gaby y no puedo dejar de pensar en la cantidad de dibujos que inundan la casa, con corazones de todos los colores y miles de “te amo” y muchas, muchas veces escrita la palabra MAMÁ. Lloren.
Otros que fueron a fondo en la aventura de convertirse en familia adoptiva son Sofía y Alejandro. Se anotaron con un rango ampliado y entonces fue que la casa se les llenó de hijos. Seba tiene 8, Mica 10, Jony 12, Emanuel 13 y Byron 16. Este último grandulón, con risa aniñada y unos rulos alucinantes fue el que se plantó a la jueza, cuando vio que pasaba el tiempo y la suerte les era esquiva y le dijo que lo sacara de la búsqueda, para acrecentar las chances de que alguna familia adoptara juntos al resto de sus hermanos. Pero aparecieron Sofi y Alejandro con el signo amor multiplicado por cinco.
No vamos a hablar de finales felices porque todas estas historias están en plena construcción. Y ya es mucho decir. Pero hay en nuestro país todavía 2200 niños, niñas y adolescentes en situación de adoptabilidad que esperan familia. Su suerte echada en un hashtag, quién sabe. #AdoptenNiñosGrandes