La astrónoma que quería ser astronauta y ayuda a resolver casos judiciales

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María Silvina De Biasi no mira dónde pisa. Camina por la playa de Monte Hermoso con la cabeza inclinada hacia atrás, la mirada clavada en el cielo, el gesto de abstracción. Una vez su mamá, maestra de primaria, le enseñó cuáles eran las Tres Marías, la constelación más sensible al ojo infantil. Como se llama María, asumió que una de las estrellas le pertenecía. En los paseos calurosos y nocturnos por la orilla del balneario del sur bonaerense, marcha absorta, colgada de algún astro, perdida en la contemplación del cosmos. Sus padres le critican que siempre está -figurativamente- en la luna. Ella desea que ese reproche sea real. En 1969, cuando un hombre de la misión Apolo 11 da el primer paso en la luna, tiene siete años. Con la inocencia de una niña y la consciencia de una vocación en ciernes, sueña ser Neil Armstrong o cualquier otro astronauta.

El germen tiene su raíz ocho años antes. El 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin se había convertido en el primer ser humano en circunvalar la atmósfera del planeta, en entrar en órbita, en vencer la gravedad. Ella estaba en la panza de su mamá. La nueva era espacial nació con ella. En el día del niño de 1970, su mamá le pide a ella y a su hermana que elijan un regalo de la juguetería. Ve un libro que en la tapa tiene a un astronauta en primer plano, a una nave espacial en vuelo, a la Tierra de fondo como un objeto más del cosmos. El libro se llama Hombres en la luna, de Editorial Sigmar. “No, no, eso no, elegí una muñeca”, le indica su mamá.

María Silvina De Biasi, cuatro décadas después, conserva en su biblioteca el libro que compró a los ocho años y sigue mirando hacia arriba. Es doctora en Astronomía, egresada de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata. Es docente, investigadora, profesora de la materia de segundo año de Astronomía, lidera un grupo de investigación en el Instituto de Astrofísica de La Plata y dedica sus horas a la astrometría, la rama de la astronomía que estudia la posición de los objetos en el espacio: traza catálogos astrométricos -cartografías del espacio- para, por ejemplo, asesorar en el despliegue de satélites. “Analizamos todas las estrellas de la galaxia y preferentemente los grupos más jóvenes, que son los cúmulos abiertos, para entender cómo se mueven, cuáles son sus miembros a partir de su posición, su movimiento y su distancia”, describió.

Cada tanto, interrumpe sus tareas habituales para responder oficios del Poder Judicial. Los jueces derivan pedidos para que Silvina atienda sus inquietudes: nivel de visibilidad, salida y puesta del sol, salida y puesta de la luna, grado de iluminación al momento del hecho. Patentó una rama inexistente de su disciplina: la astronomía forense. Es un servicio que realiza ad honorem, que desprende a la astronomía de su púlpito académico y lo anexa al régimen cotidiano. “Es poner mi conocimiento en función de la sociedad”, dice.

Investiga la veracidad de quien argumenta -o excusa- que chocó en la ruta porque lo encandiló el sol, quien disparó porque era de noche y no distinguía qué lo había asustado, quien se queja de que la sombra del árbol del vecino afecta sus tardes de verano. Así como estudia el movimiento de las estrellas, puede calcular la posición del sol y de la luna hora por hora, la extensión de los crepúsculos, el grado de iluminación natural, hacia el pasado y hacia el futuro según efemérides diarias y coordenadas geográficas. Estima haber asesorado en cerca de noventa expedientes judiciales.

El 27 de febrero de 2015 le respondió a la Decana de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad de La Plata un oficio del 29 de septiembre de 2014 por una denuncia civil y comercial en el marco de una causa por daños y perjuicios con lesiones graves. Carecía de la ubicación geográfica del hecho, pero sus datos son válidos en un radio de cincuenta kilómetros de la ciudad de referencia. Redactó: “En la ciudad de La Plata, el día 10 de junio de 2011 el sol se puso a las 17 horas 47 minutos, en la dirección de acimut 298° (dirección noroeste-oeste). El crepúsculo civil vespertino finalizó a las 18 horas 15 minutos. En presencia de buenas condiciones meteorológicas, el crepúsculo civil vespertino es el intervalo de tiempo posterior a la puesta del sol en la que el grado de iluminación del cielo permite realizar actividades al aire libre sin necesidad de iluminación artificial. El acimut es el ángulo medido sobre el horizonte, desde el punto cardinal norte hacia el punto cardinal este, hasta la vertical del astro. En el instante requerido por este oficio, fecha 10/06/2011, 18 horas 15 minutos, la luna se encontraba sobre el horizonte, a una altura de 52° en la dirección de acimut 56° (dirección noreste) con el 71% de su disco iluminado”. Silvina explicó, en resumen, que a la hora del suceso el caudal de iluminación del cielo “permite realizar actividades al aire libre sin necesidad de iluminación artificial”.

El 20 de mayo de 2010 contestó el oficio del 7 de abril en una causa caratulada como homicidio culposo del Juzgado Correccional N° 1 de Tandil. Debía revisar las condiciones astronómicas en la muerte de una persona por encandilamiento en ruta. Sentía el peso de la sentencia sobre su análisis: revisó sus cuentas repetidas veces y le pidió a su jefe que corrobore las conclusiones. “Este departamento informa, sin contar con la ubicación geográfica del hecho, que: en la ciudad de Tandil, el día 24 de agosto de 2007 el sol se puso a las 18 horas 29 minutos, en la dirección de acimut 283° (dirección oeste-noroeste). Dado que el suceso es previo a la puesta del sol, se detalla la posición del sol en el cielo en los siguientes instantes (primera columna), siendo la segunda columna la altura y la tercera el acimut: 18:00 5° 288° / 18:10 3° 286° / 18:20 1° 284°. La determinación de encandilamiento solar debe realizarse en el lugar del accidente con los datos mencionados. El acimut es el ángulo medido sobre el horizonte, desde el punto cardinal norte hacia el punto cardinal este, hasta la vertical del astro. La altura se mide desde el horizonte hasta el objeto, sobre su vertical”.

El primero fue en noviembre de 1987, meses después de que comenzara a trabajar en el Departamento de Astrometría de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata, cuando aún cursaba su carrera de grado. Fue el jefe de su departamento y le dijo “tomá, resolvelo”. Le dedicó el resto de su día de trabajo. No recuerda qué caso era, pero presume que el más usual: salida y puesta del sol. Estaba nerviosa y dubitativa. Le pidió a su jefe que antes de presentar la devolución volviera a chequear él los datos. “Hasta mediados de la década del noventa, en la época de vacaciones -enero, febrero, marzo- era muy común recibir oficios pidiendo visibilidad, salida o puesta del sol en zonas de las rutas”, recuerda. Desde que se implementó la normativa de obligatoriedad de las luces bajas encendidas, mermaron las derivaciones de la justicia. Pero hasta entonces sabía que en su calendario laboral debía reservarse horas de trabajo durante el receso estival.

Las solicitudes suelen prescindir de datos: un encabezado escueto, sin especificación de la razón del pedido, sin la descripción del caso y a veces siquiera sin el lugar exacto del hecho. Ella se circunscribe a la demanda. Y, en ocasiones, cede el contacto de la sección Luminotecnia del Centro Física y Metrología del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) donde, según sus parámetros, se puede evaluar el grado de iluminación de la luna. Lamenta no haber recibido nunca una devolución de su trabajo. Desconoce si su aporte sirvió en algo. Solo una vez la contactaron personalmente del órgano judicial.

En 1991, el doctor Ernesto Eduardo Domenech la convocó en representación de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Buenos Aires para colaborar en un curso de criminalística para magistrados y fiscales. Alguna vez le había pedido explicaciones de un oficio que envió. La llamó, ella desarrolló su ponencia y él le agradeció la claridad de la respuesta. La invitó a que diera una charla “para que explique lo que usted me explicó pero que se lo diga a todos en este curso”. Sintió la necesidad de titular su charla, de darle un marco teórico a su exposición: inventó, con modestia, la astronomía forense. Utilizó uno de sus oficios como referencia y les contó a jueces y fiscales qué parámetros podía proporcionarle y qué datos nunca nadie le pidió: el grado de insolación y un peritaje in situ.

Este año no asesoró en ningún oficio. El último fue en 2022: la recibió en el Instituto de Astrofísica de La Plata a través de un programa de Ciencia y Justicia del CONICET. Los expedientes más recientes se reducían al fuero civil y la consulta obedecía al grado de iluminación. “Una vez me acuerdo que me pidieron la altura del sol en cierto lugar porque había una queja por el árbol del vecino que le daba sombra. Eso estuvo divertido”, rememora. En su memoria conserva también el oficio que llegó al Observatorio Naval Buenos Aires: el crimen de José Luis Cabezas. “Ese día había luna llena, iluminada en un 99 por ciento. Pidieron desde el juzgado hacer la reconstrucción del hecho y preguntaron qué día se podrían dar las mismas condiciones”, relata.

A pesar de que la demanda no es alta ni periódica, mantiene su compromiso de responder en el día los oficios judiciales. Cuando se jubile, le asignará la responsabilidad a otro astrónomo. Mientras, la mujer a la que siempre le gustó la ciencia ficción, que soportó dos años de Física por cumplir con el mandato familiar, que leyó en el epígrafe de la foto de un cometa que existía la Escuela Superior de Astronomía y Ciencias Conexas, que lloró toda una noche para que sus padres entendieran que quería estudiar astronomía, que sigue mirando hacia arriba, no pierde las esperanzas de -ya no ser astronauta- sino pasearse un ratito por el espacio.

FUENTE INFOBAE

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