Alberto Torres, de 50 años, llevaba ocho haciendo de la calle su hogar y de lápices, rotuladores y folios su única compañía. Su presencia, que no parecía molestar a nadie, llamó un día la atención de una joven de 30 años recién llegada al barrio de Arganzuela, en Madrid.
Carlota Ginzo le pagó a Alberto una habitación en una pensión durante el devastador temporal Filomena que arrasó la capital madrileña, le arregló el papeleo para que percibiera el Ingreso Mínimo Vital y le abrió una cuenta en Instagram que ella misma gestiona, para que el mundo vea sus dibujos.
Carlota subió 79 dibujos al perfil @albertoarganzuela, de los cuales vendió 75 (a 25 euros cada uno), dándole a Alberto un sustento económico y una nueva oportunidad.
Carlota le cuenta al diario El País cómo entabló relación con Alberto: “Hablé un poco con él, le conocí y me cayó muy bien. Me contó que estaba esperando a que le den una paga. Durante la ola de frío llamé al Samur Social y me contestaron que había lista de espera en los albergues. Me dijeron que tenía que dormir en la calle y que esto tampoco era Siberia. Le pagué un hotel esa noche y luego una pensión”.
Cuando a ambos se les acabó el dinero para pagar la habitación en la pensión, tuvieron que pensar en un plan B. Es entonces cuando Carlota hizo un llamamiento por las redes y grabó un vídeo con algunas de las ilustraciones que Alberto hacía.
La respuesta ante las ilustraciones fue excepcional; gente de Barcelona, Murcia o Chile querían tener uno de los dragones de Alberto.
Carlota y Alberto siguen luchando por hacer del arte y la humanidad una manera de dejar la calle y los peligros que conlleva, y han usado su bonita amistad para denunciar la situación de abandono que muchos indigentes están sufriendo.