POR SEBASTIÁN SAAVEDRA
Un lunes frío de 1994, más precisamente el 18 de julio, una bomba estalló en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). El ataque que provocó la muerte de 85 personas y más de 300 heridos, y constituyó el mayor atentado terrorista sufrido en nuestro país. La AMIA es una institución centenaria que tiene como objetivos promover el bienestar y el desarrollo de la comunidad judía argentina para asegurar la continuidad de las tradiciones y valores de su pueblo y afianzar el sentido de comunidad. El edificio ubicado en la calle Pasteur abrió sus puertas en 1945 y luego del atentado fue reconstruido y reinaugurado en 1999 bajo la consigna: “Por la justicia y por la vida”. Justamente, ese lema sigue vigente en la actualidad, las familias que año tras año se agrupan en esta fecha frente a la sede de la mutual para pedir justicia (algo que hacen a diario hace ya más de 10.000 días), y su vocación por mantener la memoria para que la vida derrote al terror.
En esta fecha tan especial, hablamos con Gaby Rodríguez, hija de Silvana Alguea, quien perdió la vida en el atentado.
-¿Qué edad tenías cuando fue el atentado?
Tenía 8 meses, era una beba. Mi mamá trabajaba en la AMIA y me dejaron en la guardería. Si bien no creo que un bebé de 8 meses pueda comprender que está sucediendo, creo que pude percibir que algo está sucediendo en su entorno. Mi familia estaba desesperada, angustiada y en duelo, entre otras emociones. Todo eso un bebé lo percibe, y es parte de lo que fui absorbiendo a medida que fui creciendo. Crecí con esta historia incorporada en mi vida.
-¿Qué te contaron de tu mamá?
Que era una amiga de fierro, que no le importaba nada más que hacer lo que ella quisiera, y que por lo general se entregaba de forma total a las personas que eran importantes en su vida. Siempre tenía la palabra justa o la canción que pudiera dar el apoyo necesario. Era trabajadora social de profesión, pero también de alma. Era fanática de River y le gustaba mucho el tenis. Me contaron mil cosas de ella, ya son 28 años que me dedico a seguir armando ese rompecabezas de quién fue mi mamá.
-¿Cómo homenajean a las víctimas?
El homenaje debería ser constante, al igual que lo es su ausencia. A mi mamá la homenajeo viviendo mi vida lo mejor que puedo, honrándola. En cuanto a la memoria por lo sucedido, intento siempre que mi equilibrio emocional me lo permita, dar testimonio. Creo que la mejor forma de homenajear a las víctimas es no callar ni olvidar lo sucedido, seguir reproduciendo y multiplicando sus historias para que esta lucha sea cada vez más colectiva y menos sólo de los familiares y amigos de las víctimas.
-¿Creés que alguna vez llegará la justicia?
Creo que no vale la pena preguntarnos si alguna vez llegará la justicia. ¿De qué nos sirve? ¿Acaso dejaríamos de luchar si creyéramos que no llegará nunca? Preguntarnos si creemos que llegará la justicia, o si sentimos que nos están tomando el pelo cuando pasaron veintiocho años y seguimos en impunidad, es perder el tiempo y el foco. Tenemos que seguir exigiendo la justicia que merecemos hasta donde lleguemos. Porque no importa si hay o no luz al final del túnel, como sociedad no podemos mirar para un costado: esto sucedió, y sucedió en nuestro país, con los nuestros, no podemos dejarlo pasar así.
Vamos a seguir exigiendo memoria, verdad y justicia.
-¿Cómo se lucha para que las generaciones venideras no se olviden lo ocurrido?
La lucha para que las siguientes generaciones no olviden, es también colectiva. Por mi parte suelo dar charlas en colegios y organizaciones contando mi historia en primera persona. Los chicos y jóvenes me ven cercana, tal vez por la edad o la forma de hablar, y les resulta fácil empatizar con mi historia. Creo que la forma de transmitir la importancia de la memoria es apelando a la empatía humana. Si vos que estás leyendo esto te adueñás de esta historia, la vas a contar como si fuera tuya. Porque es tuya.