Jorge Fusaro tiene 35 años y es médico de familia en San Salvador de Jujuy.
Jorge Fusaro es hincha ferviente de Maradona y de Gimnasia de Jujuy, estudió medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires, para luego volver a su provincia natal. Ahora trabaja en terapia intensiva en el Hospital San Roque, referencia de COVID-19 en la región, y si bien es “médico de familia y no terapista”, como aclara, tuvo que aprender la profesión para cubrir la demanda en el pico de la pandemia. Su otro trabajo, el que confiesa que más le apasiona, es la Atención Primaria de la Salud (APS) que cubre las zonas rurales del departamento Doctor Manuel Belgrano.
La profesión que ama lo obliga a alquilar caballos y mulas y viajar entre 8 y 10 horas para poder llegar a las casas de sus pacientes. También utiliza camionetas 4×4, con las que cruza ríos, derrumbes, caminos cortados e inundaciones. Una vez allí, atiende patologías, lleva vacuna contra el COVID, hace pruebas de infecciones de transmisión sexual, da charlas sobre alimentación y capacitaciones en bromatología. Cuenta con el apoyo del agente sanitario, la conexión entre la comunidad y el sistema de salud. Es quien recorre diariamente los poblados casa por casa, anotando datos y filtrando a quienes se debe visitar.
“Nuestra visión no es esperar al paciente en el consultorio sino ir a buscarlo, tratando de entender cuáles son las condiciones en como vive, detectar problemas de salud relacionados y tratar de buscar con la comunidad una posible solución. A veces estamos caminando seis horas solo para llegar a una casa, a una viejita que vive alejada, y darle una vacuna”, explica.
Jorge no lo cuenta como una tarea agotadora, sino como una aventura. Por eso intenta documentar aquellos viajes y compartirlos mediante su cuenta de Twitter @alpargatadeYuto. “Cuando terminé la residencia hasta hablé con el ministro para pedirle por favor que me decirle que yo quería trabajar ahí. Es gracioso porque por lo general nadie quiere esta tarea. Es como que trabajar fuera del hospital muchas veces te quita un poco de prestigio dentro del mundillo académico médico”, dice.
Además de los puestos de salud fijos en Ocloyas, Tilquiza, Tiraxi y Laguna del Tesorero, cuatro veces al año realiza una gira médica al Cerro Chañi. Cada gira dura cinco días y es la parte más extrema de su trabajo. “Ahí vamos montando en mula, sobre caminos muy difíciles y viendo condiciones de vivienda que nadie se imagina que existen en Argentina. Son personas que viven totalmente aisladas y ven gente solo cuando vamos nosotros”, explica.
“Salimos a las 7 de la mañana y terminamos a las 8 de la noche. Por lo general vamos atendiendo en el camino en cada una de las casas y a todo el grupo familiar: a los niños, a los adultos, a los ancianos. Tenemos una población muy longeva, mucha gente muy viejita. Entonces tratamos de controlarlos aunque estén sanos, porque justamente nuestro trabajo se trata de la prevención, con una mirada integral. No solamente chequeamos cómo late su corazón, sino de dónde extraen el agua para tomar, cómo se lavan las manos, si viven hacinados o no, si tienen quema de basura o animales que les puedan contagiar enfermedades”, cuenta.
“El estilo de vida de los habitantes del Cerro Chañi es muy distinto al que conocemos en la ciudad – continua-. Viven sin un segundo de electricidad, salvo algunos que tienen paneles solares para cargar la luz. Están sin luz, sin gas, sin garrafas, cocinan a leña, no hay almacén ni nada cerca. Viven totalmente solos, y los que tienen suerte tienen un vecino a 30 minutos caminando; otros, a cuatro horas”, dice.