Con el objetivo de llamar la atención de los viajeros, los 167 habitantes de Dufaur tuvieron la genial idea de actuar para contar la historia del lugar.
Los 167 habitantes de Dufaur se caracterizan para contarle a los visitantes la historia del pueblo y utilizan como escenografía las mismas calles del lugar. (Foto: Gentileza El Federal)
Se llama Dufaur y está a 50 kilometros de Pigué, en plena pampa bonaerense. Los vecinos decidieron armar una obra de teatro para atraer el turismo rural. Ellos mismos son los actores y el escenario son las calles del pueblo.
La movida que se arma pone al pueblo patas para arriba porque renacen los sueños y se despereza la apatía. Las ganas son bien democráticas y las anécdotas se apilan en la memoria colectiva de los vecinos que eligieron no darse por vencidos.
Dufaur es un pueblo manso, de gente adorable y calles de tierra que se sacuden al son del viento que agita las ramas y los ánimos. Llegamos a la mañana bien temprano y en el centenario almacén de ramos generales ya están listos los quesos, los panes caseros y los abrazos de bienvenida.
Mientras pregunto los datos de rigor para armar la nota, en ese puñado de calles donde sobresalen la iglesia y la estación, hay un revuelo de gente ensayando textos, probándose trajes y acomodando las escenografías que en un rato nomás serán protagonistas de la historia.
Son 167 habitantes que se conocen todos y desde hace años. Cuando el tren no paró más, allá por los ‘90, el efecto fue devastador, como en tantísimos pueblos y ciudades de esta hermosa Argentina. Si el tren no para, la gente no llega. Si la estación está en calma, bajan las ventas. Si no hay viajes, ya no hay más visitas.
“Algo tenemos que hacer”, se empezaron a decir entre ellos mismos. Había ideas, faltaban acciones. Merecían resucitarse aunque no tenían claro el cómo. Hubo asambleas, reclamos, reuniones, propuestas y hasta alguna que otra pelea para encontrarle la vuelta y de allí, la salida.
La tendencia del turismo rural en la provincia de Buenos Aires fue una oportunidad a la que decidieron sumarse, como quien se monta en el otro tren… el de los sueños. Ser atractivos para que la gente disfrute, para ser parte del turismo de campo, para que los visitantes vayan y también vuelvan.
Preguntas colectivas: ¿cómo hacerlo? ¿Cómo lograrlo?
Hasta que alguien tuvo la buena idea de contar la historia de Dufaur y sus protagonistas. Había un rico material escondido en el pasado que estaba a disposición para quien quisiera redescubrirlo. Y otra voz propuso hacerlo en modo teatro y por las calles del pueblo como un escenario móvil. ¿Y los artistas? ¿Dónde encontrar actores o actrices en un pueblo que no tiene escenario más que el de la vida? Entonces empezó el momento de la transgresión porque los mismos vecinos se animaron a semejante tarea creativa.
El resultado está en la puesta en escena que hacen una vez por semana y con el público que llega desde distintas partes para ser testigo de la escena móvil que hace posible que el pasado vuelva para darse un abrazo con el futuro incierto. El presente los define como el pueblo que aprendió a trabajar en equipo para no dejarse caer.
La obra arranca en la primera casa de adobe, donde empezó todo y termina con una fiesta popular en la estación; en el medio se cruzan el cura, la maestra, las vecinas y, por supuesto, los primeros pobladores. Suenan las campanas de la pequeña capillita y un acordeón se escucha más adelante. Hay tortas fritas recién hechas para que el acting sea aún más real. Y hay ganas de vivir… de vivir hacia adelante con lo que el pasado les dejó de legado.