El hombre de los cactus: tiene más de 10.000 plantas en su casa y trabaja para conservar las múltiples especies

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Es ingeniero agrónomo y vive en Floresta. Más que un hobby, Cesar define su actividad con la flora como una forma de vida.

Con más de 1500 especies y unos 10.000 ejemplares, la terraza de Cesar Cabero es el paraíso de las cactáceas, las plantas conocidas popularmente como cactus. Este lugar, que funda un espacio tan simple como exótico, no está en medio del desierto: está en plena Ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Floresta.

La gama de colores es de lo más inesperada. (Foto: TN / Agustina Ribó)

Los cactus son versátiles y habitan regiones de variadas características y condiciones. En América, su tierra nativa, se extienden desde el oeste de Canadá hasta la Patagonia argentina. “De México para abajo recorrí todo en busca de semillas”, cuenta Cesar, rodeado de plantas.

El origen de la pasión

“En 1989 yo estaba en la casa de mi abuela, tenía 8 años, y vi una cactácea con una flor. Sencillamente me maravillé. Ahí empezó todo y es eterno. Actualmente, en este lugar, conservo los hijos de los hijos de esa planta”, relata.

Las púas de los cactus y la cera que recubre su piel, tienen una función vital: evitar la pérdida de agua y protegerse de otros seres vivos. (Foto: TN / @Agustina Ribó)

Más que un hobby, Cesar define su actividad con la flora como una forma de vida: “Siempre me gustaron los animales, entonces estudié veterinaria durante tres años, después me recibí de ingeniero agrónomo y hoy puedo combinar los conocimientos que adquirí en las dos carreras. Como suelo decir: siembro, luego existo”.

Cesar tiene 41 años y hace más de 30 vive enamorado de las plantas. (Foto: TN / Agustina Ribó)

El ingeniero trabaja como asesor técnico en cultivo de tabaco, pero su verdadera oficina está en la terraza de su casa, aunque claro, sin ninguna connotación negativa ligada al mundo laboral. “Estoy parado en la naturaleza y no creo que ninguna palabra pueda definir con exactitud lo que se siente. Es algo que está ahí, entre la paz y la perfección”, cuenta el hombre de los cactus mientras recorre con la mirada las miles de macetas grandes y chiquitas que moldean un paisaje de fantasía.

El compromiso con la naturaleza

A los 27 años Cesar tuvo su primer invernáculo y hace cuatro años montó el espacio en la terraza de su casa en Floresta: “Lo importante es tener un ambiente armado. Además, mi forma de cultivo es natural; no utilizo fertilizantes y riego muy poco. Las plantas están como en su hábitat y expresan todas las características fenotípicas propias de su evolución”.

La premisa indispensable de la actividad es tocar el barro: perderse en la naturaleza, contemplar el hábitat, mirar en detalle las formas del ecosistema en que la planta se desarrolla y garantizar un buen cultivo. “Esta casa es algo así como la punta del iceberg”, dice Cesar. “Lo importante es caminar y trabajar para conservar las especies”, agrega.

Para el agrónomo, la etapa de exploración es fascinante y necesaria. Viajó, por ejemplo, al desierto de Atacama (al norte de Chile) para sacar fotos y recolectar semillas, entre otras cosas. Después, a partir de las imágenes de los cactus, se activa un sistema de geolocalización que indica cuál es la planta madre y se le asigna un número de campo.

“Tener este registro es muy importante para la conservación. Muchas veces ocurre que las plantas nodrizas ya no están y las pequeñas mueren poco a poco. Por eso, más allá de sembrar y cuidar los ejemplares, es importante repoblar en hábitat”, explica Cesar Cabero.

Pero repoblar requiere fondos y en la Argentina eso es difícil de conseguir. “La conservación del oso panda es linda, es tierna, pero nadie pone plata para preservar un cactus. El trabajo se hace a pecho y solo la pasión puede motorizarlo”, reflexiona.

En la terraza de Floresta, la belleza del escenario se impone como nunca y rompe con cualquier ideal estético prefabricado. “Cuando llevas tiempo dedicándote a la naturaleza, logras entender a las plantas, aprendes a leerlas”, explica el ingeniero siempre con mate en mano.

“Eso es genial y va mucho más allá de lo hermosas que son para mí sus características fenotípicas. Ver una flor después de 20 años de siembra es la felicidad, porque es mucho más que eso, es la prueba de que hiciste bien el trabajo durante muchísimos años”.

Cesar tiene tres hijas -Azucena de 10, Serafina de 6 y María de 2-, y para ellas los cactus no son un problema, más bien, todo lo contrario: “Las nenas se criaron entre espinas, para ellas esto es lo cotidiano”.

A fin de cuentas, se trata de conservar, de perpetuar, de dejar huella. En el caso de Cesar, esa huella es bien concreta: sembró una planta que va a florecer en 80 años. El reloj biológico se impone y él no verá ese fruto. Pero alguien, un día cualquiera, podrá tener 8 años, podrá ir a la casa de su abuelo y podrá detenerse, curioso, a mirar esa flor.

FUENTE TN

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