Noemí Fernández se recibió en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Dice que su objetivo inmediato “es ir a leerle cuentos a los viejitos y a chicos discapacitados”.
Profesora de Matemática, Camila Mamone (26) dice que nunca se sintió tan realizada en un aula como cuando tuvo entre su alumnado a Noemí Fernández de Herrera. Enfatiza en ella sus ganas de aprender, su dedicación y entrega, su compromiso con el colegio y sus compañeros, y el haber cumplido siempre con todas las tareas. “Yo aprendí mucho de Noemí, es el claro ejemplo del que quiere puede y a me movilizó en lo más profundo de mi ser”, expresa con emoción la docente.
Habla de Noemí, la alumna del Centro Educativo Nivel Secundario (CENS), de Chacabuco, que egresó el último miércoles a los 88 años y se convirtió en la estudiante más longeva de la provincia de Buenos Aires. Sin demagogia, Delfina De Nigris, que enseña Comunicación Social, aún sigue sorprendida por “el nivel de análisis y reflexión de una alumna como Noemí, que demostró sabiduría en temas como educación sexual integral e identidad de género. Se ganó en buena ley el título secundario por su esfuerzo y mérito propio”.
Ante la pregunta casi banal de por qué hacer la secundaria a sus 86 años en una escuela nocturna -tenía esa edad en 2019, cuando arrancó-, ella responde: “Quería aprender, saber más, superarme. Ir a la secundaria fue la deuda más grande que tenía conmigo, una obsesión y entiendo que es el último mimo que necesitaba mi corazón. Lo hice por mí, especialmente, yo no soy ejemplo de nada“.
Hija de un español de Lugo, Manuel María Fernández Álvarez, que llegó en tiempos de la primera guerra, su rápida muerte obligó a Noemí y a sus tres hermanos “a dejar la vida de jovencita juguetona y salir a trabajar”.
“Yo estaba por empezar la secundaria pero no pude porque debí ayudar a mi mamá. Encontré trabajo en una fábrica de zapatillas y más tarde llevé los balances de un importante almacén -siempre en Chacabuco-, gracias a cursos que había hecho de dactilografía y teneduría de libros contables“, cuenta. Había evolucionado económicamente y antes de sus 20 años Noemí ya tenía si propia mercería.
A fines de 2018, Andrea, profesora de Geografía e hija de Noemí, le preguntó a su mamá, a partir de una actividad surgida en la escuela donde ejerce, “si tenía algo pendiente en la vida que le provocara vacío, deuda, insatisfacción”, y la mujer, de por entonces de 85 años, ni lerda ni perezosa, respondió casi automáticamente: “Sí, querida, lo que siempre te digo, hacer la escuela secundaria“.
Ese diálogo, en la puerta de su casa en Chacabuco, “trajo la bendición de que justo caminaba por la vereda de enfrente Mario Grossi, director del CENS, a quien le consultamos y sin dudarlo respondió: “Claro, pasá por el colegio mañana y la anotamos”.
Confiesa Andrea que muchas veces pescó a su mama observando por la ventana de su casa o del negocio familiar a los estudiantes que entraban a un colegio cercano. “Yo la espiaba en silencio y su mirada era mezcla de deseo y melancolía”.
“Para nosotros contar con Noemí fue una experiencia inolvidable, porque entendimos que nos mejoró como docentes y personas. Ella tuvo el don de adaptarse rápidamente a una escuela nocturna, con un horario de 19 a 23, meses de mucho frío y ventanas abiertas por el Covid, y un promedio de alumnos de entre 30 y 40 años. Yo sabía que para Nancy era un sueño hacer y terminar el secundario y hoy, con ella egresada, puedo decir que fue una alumna a quien no se le regaló nada, lo que dignificó su paso por nuestro establecimiento“, añade Andrea.
Tuvo momentos de dificultades Noemí, le costaba Matemática y Química, talones de Aquiles, pero superó los obstáculos. “Yo consultaba con conocidos que llegaron a venir a mi casa y dar como clases particulares que me ayudaron a comprender, por ejemplo, cómo hacer los ejercicios. Tenía miedo y vergüenza de no estar a la altura de las circunstancias, por eso redoblé esfuerzos“, explica Noemí.
Ternura y sensación de dicha expresa su rostro. “El colegio me abrió las puertas y me dio la oportunidad de saber cómo es escuchar a un profesor, tomar apuntes y hasta animarme a preguntar. También me permitió a mi edad tener la cabeza ocupada en el estudio y en las obligaciones, conocer a docentes maravillosos y a compañeros respetuosos y solidarios, que cada día me acompañaban, tomándome del brazo hasta el aula o la puerta de salida. Siento que rejuvenecí como veinte años”, sostiene la señora de gran memoria y, dice, “correcto manejo de la tecnología“.
Confiesa que la cuarentena le sacó ritmo y vitalidad, y que el obligatorio sedentarismo le “desajustó algunas clavijas”. Camina bien, “aunque un poco lento, tiene que ver con que estoy encorvada -acota con gracia-. Debería usar bastón, pero soy coqueta y la verdad es que no quiero que me vean así. Mientras pueda evitarlo lo haré. Por suerte pude retomar mis actividades de aquagym y gimnasia que me mantienen en acción”, hace saber esta chacabuquense que vive sola, que va todos los días a su trabajo en la librería y que nunca sintió temor al Covid. “Me cuido, tengo las tres dosis, pero nunca me quedé en casa si podía no hacerlo“, señala.
Lo que más la sorprendió a Noemí de su experiencia por el nivel secundario fue el entorno. “Un poco inocente, pensé que me iba a encontrar con jovencitos de veintipocos, pero todo lo contrario… Abundaban jóvenes de cuarenta y cincuenta, que venían de sacrificados trabajos en el campo, en la construcción y en asilos de ancianos. Gente humilde y de bien, que venía con uniformes, cansada luego de tantas horas de labor, pero con un empeño que a mí me contagiaba. Cuando llegaba a casa, a la noche tarde, me ponía a llorar de la emoción. Veía que el aula era una pequeña Argentina que nadie ve“.
El rictus de su rostro pleno cambia por otro ¿de frustración? cuando recuerda a Luciano, su querido compañero de pupitre en primer año. “Un chico, de 19 años, encantador pero dejó de ir porque, según me dijo, le hacían bullying, cosa que me llamó la atención. Yo insistí, lo llamé, le escribí mensajes, casi rogándole para que volviera al colegio, que finalmente determinaría su futuro. Pero no hubo caso, no pude lograrlo, lo que me bajoneó mucho. Porque como Luciano hay muchos chicos que abandonaron, quizás porque no tienen ese afán de superación“.
Noemí no vive el día a día, sino que mira a la lontananza y se ve llena de ocupaciones y proyectos. “Con el de arriba -confía pícara- hablo todo el tiempo, me guiña un ojo y me dice que siga así, que vaya tranquila, que tengo cuerda para rato. También saludo a mi marido, que por alguna nube debe estar, contento y orgulloso por mí sueño cumplido… En Nochebuena brindé por nuestro país, por la salud de los argentinos y quisiera arrancar 2022 pudiendo leer cuentos a viejitos de mi edad que están solos en asilos y a chiquitos discapacitados. Sería la gloria para mí“, concluye.