Son Gisela Gómez, de una escuela técnica de Córdoba; y Ana María Stelman, docente primaria de La Plata. Por primera vez eligen también a estudiantes, y hay dos argentinos en el top 50.
En el marco del mes del maestro, dos docentes argentinas fueron premiadas entre las mejores 50 del mundo, un premio al esfuerzo, constancia y, sobre todas las cosas, al amor por la profesión.
Gisela y Ana María
“Siento una satisfacción plena al estar en el aula. Ver cómo los chicos van cambiando, verlos madurar desde el hacer, crecer como personas. El conocimiento a ellos les da libertad: van a poder decidir si van a trabajar en una fábrica, seguir estudiando o criar una familia. Van a tener todas las opciones y podrán elegir qué hacer”, dice Gisela Gómez, profesora del Instituto Provincial de Educación Técnica Nº 85 en Estación General Paz, una localidad ubicada a 35 kilómetros de Córdoba Capital.
Gisela es una de las dos argentinas seleccionadas entre los 50 mejores docente del mundo en el Global Teacher Prize 2021, un premio que ya se consolidó como el “Nobel de la educación” y que entrega un millón de dólares. Compitieron contra más de 8 mil candidatos de 121 países. En noviembre se conocerá el ganador.
Platense de nacimiento y maestra primaria en la capital bonaerense, Ana María Stelman (56) es la otra argentina elegida. Ana María siempre quiso ser maestra y volcó su vocación a enseñarles a los chicos más vulnerables. “Tengo a la docencia en la sangre, no me imagino haciendo otra cosa. Me emociona ver cuando los chicos progresan, ver que están contentos. Darles herramientas para que encuentren la felicidad. Siempre les digo: ‘lo que hagan en el futuro, tienen que ser los mejores’”, cuenta ahora Ana María a este diario.
De la bromatología al aula
Las dos docentes argentinas llegan a esta distinción por caminos muy distintos. En el caso de Gisela fue elegida principalmente por su trayectoria personal de superación, además de los logros obtenidos.
“El destino juega”, dice ahora, y cuenta cómo fue que llegó a la docencia. Tercera hija de 7 de una familia de Córdoba Capital (padre chapista, madre ama de casa), Gisela estudió bromatología en un instituto terciario, en el que se recibió a los 21 años. “Ni bien aprobé la última materia y me recibí, renuncié a mi trabajo -en ese momento en un hipermercado- y me anoté para dar clases”. Como no había buenos lugares en escuelas de Córdoba Capital se inscribió en General Paz, un pueblo rural cuya única escuela secundaria está orientada a la industria de los alimentos.
Eso fue en 2011. Consiguió cargos para trabajar de 10.30 a 18. “Es muy positivo cuando uno puede dedicar todo el día a una misma secundaria. Se pueden hacer proyectos. Nuestra propuesta es que los chicos puedan adquirir conocimientos disciplinares vinculados con sus intereses y con las problemáticas del entorno de la localidad”, cuenta. Entre los fundamentos para ser elegida para el concurso global están los logros que obtuvo en estos años. En 2014 los alumnos crearon dulces hechos de nopal y caramelos fortificados con vitaminas C y E, que contribuyó a equilibrar sus propias dieta.
Gisela resalta la diversidad que hay en su escuela, que tiene 450 alumnos y a donde asisten alumnos de sectores vulnerables y también de clase media. “Son de la misma zona, tienen las mismas costumbres”, dice la profesora, que atiende a Clarín desde el colegio y deja tareas a sus alumnos para hacer esta entrevista. “Acá me tratan de usted, muestra la distancia, el respeto y el cariño que tienen. Esta escuela es mi segunda casa, nunca la dejaría”, afirma.
Ana María Stelman cuenta que siempre fue maestra primaria y trabajó “en el salón” enseñando a los chicos, que tuvo la oportunidad de ser directora o supervisora (con posibilidad de mayor salario), pero ella prefirió seguir dando clases, y sobre todo a chicos de los barrios más vulnerables, como los de la actual escuela 7, en el barrio Hipódromo de La Plata. Fue elegida por lo que logró con sus alumnos: muchos de ellos llegaron a destacarse en ferias de ciencias. Pero, sobre todo, por el trabajo que hizo para mantener la continuidad tras el cierre de escuelas del año pasado. En el grado que daba clases, solo un chico tenía acceso computadora.
Cuenta que trataba de hacer videoconferencia por WhatsApp, pero habitualmente terminaba dando clases por conversación telefónica. “Un chico me decía ‘¿Y cómo hago la U’?. Tenía que explicárselo por teléfono”, rememora. Pero antes, Ana María ya se había destacado por los proyectos que emprendía en las escuelas. Por ejemplo, en la del hipódromo, con chicos vulnerables y en un barrio lleno de caballos sueltos, lo primero que escuchó fue “Ojo, no les hables a los chicos de caballos que se distraen mucho”.
Pero hizo lo contrario: fue a la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata a buscar asesoramiento para trabajar con los chicos precisamente a partir de lo que les genera más interés. Creó el proyecto “Por qué hay tantos caballos en mi barrio”, visitas al hipódromo junto a una veterinaria y más talleres relacionados. También, trabajaron con el compost a base de bosta de caballo, lombrices y la producción de plantines. Cuenta ahora que ella no pensaba anotarse en este premio, aunque se lo habían sugerido la directora y colegas. Pero lo que la decidió fue cuando se lo dijeron “las chicas de la cocina”. “Ese premio es para vos, me dijeron con mucha cariño”, recuerda. Y las “chicas” tenían razón.
Cómo es el premio
Conocido como el “Nobel de la educación”, el “Global Teacher Prize” busca valorizar el trabajo de los docentes. Organizado por la Fundación Varkey, en alianza con UNESCO, va por su séptima edición. Puede participar cualquier docente del mundo, que de clases a chicos en los niveles de escolaridad obligatoria en escuelas públicas. Las dos docentes argentinas ahora deberán competir para ver quién se queda con el premio mayor. Es un millón de dólares, pero bajo el compromiso que deberá ser usado para seguir desarrollando el proyecto por el cual fueron premiadas. El ganador será anunciado en París en noviembre del 2021.