En 1990, como cofundadora de Poder Ciudadano, escribí -para el primer número de su publicación- la editorial que, en parte, transcribo: “En la Grecia democrática, (500AC), aquella que proyectó a la eternidad el esplendor de su civilización, la vida estaba condicionada por la ciudad -la polis- que desempeñaba en el universo político de los griegos la misma función que nuestros estados modernos. Un griego se consideraba, ante todo, un ciudadano. Siempre la ciudad era lo primero y el hombre, lo que su papel cívico le imponía. Significativamente, el que vivía apartado de su comunidad, el que llevaba una vida particular, sólo para sí, era llamado idiota (de “idios”, propio o particular) y, como el que vive aislado suele adquirir pocos conocimientos, es ignorante, rústico, con el transcurso de los siglos el término idiota pasó a tener la connotación peyorativa que hoy le damos.” “No seamos idiotas. Comencemos a ser ciudadanos”. “Es cierto que la insatisfacción social está justificada y no alienta la participación: crisis económica, crisis de confianza, crisis de representatividad. Pero esta democracia irá dejando atrás sus actuales precariedades si perdura y perdurará si todos nos empeñamos en mejorarla. No siempre será tarea fácil.” El poder ciudadano es nuestro poder “deriva de nuestra condición de copropietarios de esta democracia que debe ser entendida como un marco para el disenso donde se comparta una forma de vida dinámica, continua, solidaria, que aspire por sobre todo al logro de la responsabilidad colectiva que será lo que nos garantice todo lo demás: desarrollo económico, justicia, libertad, paz”.
Cuando se cumplieron veinticinco años de democracia escribí: “Aquel 30 de octubre creímos que había triunfado la democracia pero, en realidad, triunfó la “idea” de la democracia. A la democracia real tendríamos que construirla a partir de allí. Veinticinco años después debemos reconocer que esta no es tarea de un día. Que generar una dinámica de acción colectiva eficiente y materializar los valores de la forma superior de legalidad que constituye el estado de derecho lleva mucho tiempo”.
Y a los treinta años: “Treinta años de democracia ininterrumpida es tiempo suficiente para organizar la vida pública y saltar al futuro. Muchos países han sabido hacerlo. No es nuestro caso. Política, Confianza y Participación son pilares para la construcción de una democracia de calidad. La Encuesta Mundial de Valores realizada en 2013 por Voices revela que estamos lejos de lograrla y nos interpela como sociedad. De seis aspectos evaluados, la política resultó ser lo menos apreciado”. “Si bien la más de las veces se actúa como si lo público fuera de nadie y con la creencia de que lo que ocurre en la arena pública afecta poco o nada a nuestra vida privada parece que vamos comprendiendo que aunque decidamos no ocuparnos de la política, la política se ha de ocupar de nosotros. Equidad, empleo, seguridad, salud, educación no pueden disociarse de su ejercicio”. Hoy, a los treinta y siete años, agrego: Escuché a Francis Fukuyama decir que “En cuestiones culturales e institucionales lo más importante son los primeros 500 años.” Si comenzamos a contar desde la revolución de mayo han pasado 210 años, pero si lo hacemos desde la llegada de Magallanes en 1520, hace exactamente 500 años!. Podríamos decir, entonces, que ya hemos aprendido lo que hay que aprender. Lo bueno y lo malo. Participar hoy, más que nunca, debe ser una “coproducción” entre funcionarios y ciudadanos. La era exponencial que estamos viviendo es tiempo de autoridad compartida: Construcción de ciudadanía y construcción de estatalidad. que, como un nuevo software cívico sirva para cambiar la racionalidad democrática. Es un aprendizaje complejo, de recreación de confianzas recíprocas, necesario para desarrollar una democracia de calidad. La pandemia, con la carga de sufrimiento que acarrea también puede acelerar procesos.
Por Martha Oyhanarte