Verónica Vieiro tiene 25 años y síndrome de Down; es parte del elenco de los Loros Parlantes, una iniciativa que surgió para estimular la comunicación y el autodesarrollo de jóvenes con discapacidad
Verónica Vieiro está ansiosa. Faltan pocos minutos para que las cámaras se enciendan y está sentada detrás de un escritorio, de frente a los micrófonos, junto a sus tres compañeros a cargo de la conducción del noticiero. Van a grabar el último programa del año y la emoción es enorme. “¿Luces? ¿Micrófonos?”, chequea alguien en el fondo. “Hacemos silencio y nos concentramos”, pide otra voz; y, tras el grito de “¡acción!”, empieza la magia. Las y los periodistas a cargo son jóvenes (la edad promedio es 25 años) y se desenvuelven como peces en el agua. Presentan las noticias con soltura y anuncian al invitado de la jornada: el compositor, productor y director musical Carlos Gianni. Verónica está radiante, con la sonrisa amplia y los ojos castaños suavemente maquillados.
Como la mayoría de los 11 jóvenes que integran el programa de los Loros Parlantes −se emite los jueves y se repite los domingos a las 21 por Diucko TV Digital−, Verónica tiene síndrome de Down (algunos de sus compañeros, tienen otras discapacidades intelectuales). Este año lo cierran con varios éxitos: llegaron, incluso, a la TV Pública, donde los invitaron a participar del ciclo Altavoz. A Verónica, de 25 años, la experiencia le encantó y sueña con ser, algún día, una de las caras de la pantalla chica y ganar un Martín Fierro. Cuando se hace un alto en la grabación, cuenta: “Antes, yo no hablaba nada. Era muy tímida. Miraba para abajo. Ya cambié”.
Los Loros Parlantes es una organización social que nació para estimular la comunicación, la creatividad y el autodesarrollo de jóvenes y adultos con discapacidad. Su fundadora, Adriana Tassotti (acompañante terapéutica y actriz), empezó en 2017 dando, como voluntaria, un taller de confianza, especialmente dirigido a aquellas chicas y chicos que tenían dificultades para hablar o expresarse de la forma que fuera. Hoy están por convertirse en una asociación civil y, además de los talleres gratuitos que ofrecen (de radio y televisión, por ejemplo), tienen su propio noticiero. De todas las actividades de los Loros, participan unos 40 jóvenes y el lema sigue siendo el mismo que desde un comienzo: “Por mil palabras y cero miedos, por más confianza y más yo puedo”.
Viéndola en su rol de conductora, es difícil imaginar a la Verónica de antes, la joven que pasaba su tiempo libre pintando mandalas, aunque eso no le interesaba demasiado, y a la que le costaba expresar lo que quería, plantarse, ser escuchada. En los últimos años, quienes la conocen afirman que hizo un cambio radical y descubrió sus pasiones: el periodismo, la actuación y las cámaras (además, hace danza árabe). Ella no es la única que dio el salto, sus compañeros vivieron cambios similares. “Me gusta mucho el programa. Me siento feliz. Soy famosa”, dice con una sonrisa Verónica.
El programa de los Loros Parlantes se graba los miércoles en una casona chorizo sobre la Avenida Castro Barros, que compró hace unos años la familia de Analía Masciangioli, otra de las conductoras, y donde hoy se desarrollan todas las actividades. Es una de esas antiguas joyas que subsisten en el corazón de Boedo, con recibidor, puertas talladas con vidrios biselados, techos altos y pisos de madera que alternan con otros de azulejos. Donde antes funcionaba el patio (ahora techado), al que se abren las puertas con postigos de casi todos los espacios, se recreó un bar porteño, con barra, sillas, mesas y un escenario. Allí, los Loros −como se llaman así mismos− suelen entrevistar a sus invitados y, esa mañana, Gianni espera su turno detrás de un piano.
En las otras habitaciones se reparten el lugar donde se maquillan y se cambian, el escritorio donde los conductores hacen la introducción y el cierre, y una mesa repleta de vasos de plástico en la que se graba el “Rincón de juego” a cargo Verónica: ahí desafía a sus invitados haciéndoles trucos de magia.
De los talleres a la pantalla chica
Los Loros Parlantes se empezaron a gestar cuando Adriana era voluntaria en una fundación que trabajaba con jóvenes con síndrome de Down. A ella le llamaba mucho la atención la timidez de varios. “Era una ONG que hacía unos videos fabulosos y los chicos participaban, pero muchos salían detrás del profesor, nunca hablaban ni se animaban a ser protagonistas”, cuenta. Se sintió identificada, porque ella, que hoy es actriz y le encanta hablar, era muy tímida de chica. Pidió permiso para empezar el taller de confianza y, junto a otros voluntarios que le daban una mano, arrancaron juntándose los sábados por la tarde con nueve jóvenes en un bar.
La propuesta era simple: con la excusa de reunirse a compartir un rato, las y los jóvenes hacían sus pedidos a los mozos y aprendían a reclamar cuando faltaba que les llevaran parte del pedido, a manejar el dinero, a ir solos hasta el lugar, a romper el hielo y generar conversación entre ellos. Tenían que proponer temas. En resumen: hablar, hablar y hablar. Las herramientas que les sugería Adriana incluían, por ejemplo, trabalenguas: “Los armábamos según la problemática de dicción que tuviese cada uno”, cuenta.
El nombre de los Loros surgió de un grupo de WhastApp en el que primaba una consigna: no se podía escribir, solo mandar audios. Poco a poco, los cambios se empezaron a ver en los jóvenes. Mientras que al principio costaba que se engancharan con los temas de conversación propuestos, luego los sugerían ellos mismos y comenzaron a bucear en sus gustos, inquietudes y anhelos. Y la voz se empezó a correr: fonoaudiólogos y psicólogos con los que las chicas y los chicos hacían terapias en otros espacios, llamaban preguntando qué pasaba en ese bar en el que daban pasos gigantescos. Rápidamente, pasaron de ser un puñado de jóvenes a unos 20.
“Encontraron allí un espacio de reflexión, de poder contar lo que les pasaba. No había ningún padre o madre presente, éramos nosotros”, recuerda Adriana. Hablaban de temas como la sexualidad, el bullying, los vínculos y los conflictos al interior de las familias.
Después les llegó una invitación para hacer radio y cuando, en 2019, una productora les sugirió hacer televisión, no lo dudaron. Cada integrante del programa tiene un rol, y además de los cuatro conductores, hay siete noteros. Sin embargo, no hay jerarquías: la idea es que todos se vayan superando y puedan en algún momento llegar a ocupar los distintos espacios. “Acá los tratamos como los adultos que son y como si fuese un canal de aire cualquiera. El que no prepara la entrevista, no viene. Hoy justo les vamos a pagar el sueldo, que es poquito porque es lo que nos da un sponsor, pero para ellos es un gran reconocimiento”, cuenta Adriana.
“Soy adulta”
Verónica vive en Parque Chacabuco con su papá, mamá, su “nona” y una perra. Tiene tres hermanos varones, Javier, Diego y Sergio, y ella es la más chica. Cuando va a los Loros, no le gusta que nadie de su familia se quede a acompañarla. “Soy adulta”, subraya la joven, marcando su espacio. Esa mañana dice que está un poco nerviosa, porque es la primera nota que da a un medio como entrevistada, pero no se le nota casi nada.
La joven está con los Loros desde el principio. No faltó ni a uno solo de los encuentros en aquel bar donde arrancaron. “Siempre se esforzó en dar un paso más, desde recitar un trabalenguas, contar sus rutinas y lo más difícil, el mirar a los ojos levantando la cabeza y diciendo: ‘Yo puedo. Yo deseo’. Todo eso era un gran desafío para ella. ¡Y pudo!”, cuenta Adriana.
Además de Adriana, todo el equipo de los Loros está compuesto por voluntarias: hay una psicóloga, una danzaterapeuta, dos estudiantes de terapia ocupacional, editores y encargados de las cámaras. El impacto que ven en las familias de las chicas y los chicos, como en ellos, también es grande. “Loros nació para despertar el deseo y cobijar la subjetividad de cada uno. Muchos van descubriendo lo que verdaderamente quieren hacer en este espacio y, las familias, van redescubriendo a sus hijos”, cuenta Natalia Ríos, la psicóloga. Y agrega: “Muchas veces los padres los ven como niños eternos, pero ahora los jóvenes empiezan a reclamar su autonomía”.
Verónica resume en una frase sus cambios: “Estoy hablando un montón. Ya no soy más tímida. Ya no soy más caprichosa. Crecí”. Su sueño, según cuenta, es vivir con sus amigas de Loros y “cuidar el Planeta”. El de Adriana, que “los Loros estén en todo el país, porque vemos que funciona”, poder contar con una productora propia de generación de contenidos y conseguir más sponsors para que todas las chicas y los chicos puedan tener un sueldo por su trabajo.
Detrás del lema de los Loros, está el mensaje que Adriana siempre busca transmitirle a las chicas y los chicos. En un momento de la grabación del programa, ella invita a los jóvenes a cantar: “¿Cómo es esa canción que me emociona?”. En las manos de Gianni, el piano empieza a soltar su música y todos repiten al unísono: “Por mil palabras, cero miedos, por más confianza y más yo puedo. Siempre adelante, Loros Parlantes. ¡Así soy yo, dejáme ser!”. Cuando terminan, son pocos los que no lloran. Se abrazan. Vero se ríe y, en voz muy baja, repite como para ella misma: “Yo puedo”.
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Loros Parlantes: están en Instagram y Facebook. Además de los talleres gratuitos, tienen una escuela de teatro que es paga, se llama Tu Lugar de Teatro.