De Río Tercero, al mundo: el profundo camino de Fernando Vázquez hacia el bronce en París

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“Cuando estaba saltando, la sensación era de nervios, miedo, de todo un poquito, pero siempre enfocado y creyendo que podía lograrlo. Gracias a Dios, en el último salto pude meterme en el tercer puesto. Era mi sueño y mi meta”. 

Antes de subirse al podio en los Juegos Paralímpicos de París, sus primeras Olimpíadas, la cabeza de Fernando seguramente navegó, en fracciones de segundo, por la ignota marea de los recuerdos, allí donde habita la incertidumbre y esas ilusiones pasadas que, a veces, se materializan en el presente. Ilusiones sustentadas en un trabajo en equipo que se concatenaron durante 12 años. Ilusiones que hoy son realidad y que se enarbolan, ante los ojos del mundo, en una bandera celeste y blanca.

Fernando Vázquez nació en Paraguay hace 24 años, pero tiene corazón argentino. Cuando era apenas un niño, llegó con 11 años a Córdoba para intentar tratar su disminución visual. Sin embargo, no se pudo hacer nada. A pesar de ello, eligió no resignarse y abrazarse al deporte como horizonte de superación y realización personal. Y llegó lejos. Muy lejos.

Corría el año 2012 cuando se instaló en Río Tercero, cuna por excelencia de grandes atletas. En ese lugar conoció a Guillermo “Memo” Mores, su entrenador. Su “padrino”, en sus palabras, a quien tiene en cada frase evocativa cuando se habla de su disciplina. Y ahí arrancó: primero, con la jabalina; después, con los 100 metros y el salto en largo, donde asomaba su gran potencial.

Tras un puñado de años en los que dio exitosos primeros pasos en torneos juveniles, tuvo que dejar el atletismo y volver a Paraguay por cuestiones familiares. Pero el bichito le seguía picando. Y también a su entrenador. Con la insistencia de “Memo”, que lo fue a buscar, fue por más. Aunque, claro está, el camino no era fácil.

“Lo llamé durante un año y medio, muy seguido, cada unos 20 días, para que volviera a entrenar a Argentina, hasta que en 2016 un día lo llamé y lo primero que me dijo fue preguntarme cuándo lo iba a buscar”, recordó Mores, en diálogo con Cadena 3. Y la respuesta del mentor fue inmediata: “Fui a los dos días. Se vino a quedar en mi casa, con mi familia”.

La posibilidad de representar a Argentina se hizo esperar, y la frustración, ese enemigo silencioso que amenaza con golpetear los sueños, se asomaba por los recovecos de su cabeza, y las defensas psíquicas parecían agotarse. Pero Fernando estaba para saltar. Y lo sabía. Y dio el salto.

“Tuve que esperar cuatro años para representar a Argentina en un torneo internacional. Seguí entrenando, también con el apoyo en toda mi trayectoria deportiva de la Agencia Córdoba Deportes, aunque no podía competir porque tenía nacionalidad paraguaya. En 2021 se nos dio lo de la nacionalidad argentina, y seguimos enfocados en la meta: estar en un Juego Paralímpico”, contó Vázquez a Cadena 3.

Mores, por su parte, acotó: “Nos perdimos un Mundial juvenil porque no tenía ciudadanía argentina, así que nos pusimos en marcha para eso. Lo obtuvimos en 2021, en Villa María”.

El tiempo corrió, al igual que Fernando, que fue saltando obstáculos, pruebas y torneos. En 2022, en México, fue su primera experiencia internacional. Ahí le hicieron la clasificación oftalmológica, y quedó en la categoría T12. La que, en este amanecer de septiembre en París, escribiría un nuevo hito para el deporte adaptado argentino.

Antes de los Paralímpicos, el representante riotercerense fue este año al Campeonato Mundial de Atletismo Adaptado en Kobe, Japón, donde logró un notable cuarto puesto. Era ver cómo ese esfuerzo y entrenamientos diarios daban sus frutos. Y era creer, pero creer en serio, que se podía.

Fernando llegó a París con un objetivo claro: “Vine a pelear, a competir, no solo a participar”. La idea estaba fija. Y llegó el momento.

Este lunes, el joven atleta cordobés consiguió el tercer lugar en salto en largo, en la categoría T12, con una marca de 6m88, obtenida en su último intento. 

“Este año se trabajó duro para lograr la medalla. Costó mucho trabajo y sacrificio, no solo de entrenar, sino de mucho papeleo para la ciudadanía. Gracias a Dios se pudo realizar todo y obtener esto, que era para lo que trabajamos desde que comenzó a entrenar. Siendo muy chiquito tenía muchas condiciones. Siempre creí que iba a ser olímpico y que iba a tener la chance de estar en un podio”, destacó Mores, quien trabaja como entrenador en la Municipalidad de Río Tercero. 

Y, justo ahí, llegan las palabras del medallista paralímpico: “Cuando estaba saltando, la sensación era de nervios, miedo, de todo un poquito, pero siempre enfocado y creyendo que podía lograrlo. Gracias a Dios, en el último salto pude meterme en el tercer puesto. Era mi sueño y mi meta”. 

La frase con la que inicia y termina la nota es el epílogo de una historia de bronce que, en realidad, es una historia de oro. Una historia de lucha, sacrificio, perseverancia, resiliencia, trabajo y éxito. Una historia de saltos hacia los sueños compartidos que llegan a cumplirse.

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