A Nicolás Ferreri, Esteban Blanco y Pedro García la pandemia de coronavirus los dejó sin trabajo. El restaurante de Belgrano en el que trabajaban cerró en 2021 en medio de la crisis sanitaria. Pero lejos de quedarse abatidos, los dos mozos y el encargado del lugar decidieron unir sus fuerzas y sus ahorros para hacer realidad el sueño que atesoraban desde hace rato: abrir su propio restaurante, Casa Cuba.
“Siempre decíamos que estaría bueno hacer algo en un momento. Cuando cerraron la persiana de La Casa de Adann, enseguida nos pusimos a buscar un local, empezamos la obra y nos pusimos a hablar con todo el mundo. Desde la apertura hasta ahora siempre fue ir para adelante”, dijo a TN Nicolás Ferreri.
Sus años de experiencia atendiendo a los vecinos de Belgrano fueron clave al momento de pasarse del otro lado. “Pedro fue mozo durante 30 años, yo durante 15. Ya teníamos el termómetro de la gente y del barrio”, sostuvo Ferreri.
El pulso de la zona lo tenían tan tomado que, al final, terminaron abriendo dos locales: un restaurante de cocina internacional, principalmente mediterránea en la calle Sucre al 2168, con “pastas caseras, risottos, paellas, pescado y mariscos” y platos emblemáticos como el “ojo de bife de la casa”, el solomillo de cerdo al malbec o la crème brûlée de postre; así como una parrilla a la vuelta (Cuba al 1877), en el epicentro de la nueva movida gastronómica alrededor del tradicional Paseo del Ángel, en Belgrano.
De tanto soñar el proyecto y charlarlo en sus ratos libres, Ferreri, Blanco y García ya sabían exactamente qué lugar abrir. “La propuesta ya la teníamos grabado en la cabeza. Fue plasmarla y mejorarla”, sostuvo Ferreri. Mantelería clásica, un salón elegante en una casona antigua, el apego al buen comer y el respeto por el “paladar belgranense” con “recetas hogareñas” ejecutadas a la perfección.
Por suerte, los clientes históricos de su antiguo lugar de trabajo acompañaron, aseguró el exmozo. “Nos siguieron absolutamente todos, todos”, insistió. Detrás de esta confianza, están años de mimos. “Éramos un restaurante de la vieja escuela, en el cual venía un cliente de toda la vida y conocíamos a los hijos, a los nietos, a los hermanos. Conservamos eso y la gente se motivó mucho viéndonos crecer”, sostuvo.
De sus años de mozo, Ferreri guarda el foco puesto en la atención al cliente y los pequeños detalles, como ofrecer “una copita de limoncello” al final de la comida.
“Lo que te da haber sido mozo tanto tiempo es que uno ya sabe el paladar de la gente, los tiempos de la mesa… Siempre decimos que cuando el cliente se sienta, hay que aprender a leer la mesa, adivinar que es lo que va a pedir y bueno, nosotros con tantas ‘horas de vuelo’, como decimos, nos da una ventaja”, agregó.
Además, Ferreri destacó la importancia de los mozos en los restaurantes: “Son parte del éxito de un lugar. Vos podés tener la mejor cocina del mundo, pero si el nexo entre la cocina y el salón no es bueno, no llegás a buen puerto”.
El nicho del private dining
Para crecer, los compañeros de trabajo convertidos en socios desarrollaron dos aspectos: primero, ofrecer tres tipos de menús al margen de la carta, algo que en el contexto económico actual los clientes valoran mucho “para saber cuánto van a gastar”.
Y lo otro fue apostar de entrada al fenómeno del private dining corporativo, es decir, ofrecer la experiencia de una comida privada para un grupo, en salones acondicionados para hasta 30 cubiertos, con pantalla para proyecciones y sistema de sonido, y con menús especialmente concebidos, un nicho poco explorado todavía por gran parte de los restaurantes.
El foco del producto son los eventos y reuniones corporativas, así como las instancias de celebración familiar o de pequeños grupos de afinidad. “Tenemos muchos eventos empresariales, muchos cumpleaños, muchos laboratorios, muchas embajadas que vienen a comer”, explicó Ferreri sobre el público que opta por esa opción. Muchas veces, los mundos corporativos y familiares se terminan cruzando. “Hay gente que viene por un evento, le gusta y luego reservan para una reunión familiar, como un bautismo”, afirmó.
“Nuestro trabajo es aportar para que el marco de esas reuniones sea el mejor y con el servicio que se merecen”, completó Ferreri, que dijo que el pico para este tipo de eventos se da con las reuniones de fin de año, entre noviembre y diciembre.
Entre las principales dificultades de sus nuevas funciones, el antiguo mozo dijo que está el contacto directo con los proveedores o las bodegas en un contexto de alta inflación. “Venimos aprendiendo todos los días. Intentamos que la atención sea buena, que la materia prima sea óptima y los precios razonables. Fue un movimiento en nuestra vida, todo fue para mejor y estamos contentos”, concluyó.
Fuente: TN