Es amante de la literatura y carpintero en La Pampa. Su historia.
Ramón Contreras está leyendo Ana Karenina, la novela de León Tolstói, que le regalaron el día que en la biblioteca recibió el diploma que acredita que egresó de la primaria en Conhello, La Pampa. A los 72 años no quiso que le quedara esa deuda pendiente. Ama leer (la hace desde los 5 años), pero no tuvo la posibilidad de estudiar formalmente luego de los 8 años, cuando dejó la escuela porque, cansado de ser hostigado por sus compañeros que se burlaban porque a veces iba descalzo porque en casa no le podían comprar calzados, reaccionó mal y fue expulsado.
Entonces vivía en una comuna de O´Higgins, en Chile, y la pobreza reinaba en el lugar. Toda la familia debía trabajar para ganar el mango y tener a la noche un plato de comida en la mesa. Con 9 años, Ramón empezó a trabajar en el campo con su padre que era agricultor.
“Pese a que éramos muy humildes, mis padres me mandaron a la escuela porque querían que estudiara. Cansado de sufrir bullying reaccioné mal y no volví a una escuela sino que salí a trabajar. Siempre quise estudiar, pero como tenía mucha facilidad para leer, leía solo, aprendí mucho de los libros”, cuenta con sus flamantes 72 años.
Autoproclamado como “amante de la literatura”, no termina la lista de libros que lo impactaron y que, admite, lo llevaron a vivir grandes emociones. “El mundo es ancho y ajeno, del autor peruano Ciro Alegría, es un libro hermoso”, asegura y en listado de sus favoritos (y primeros que llegan a su mente) sigue con las obras literarias de Ernesto Sábato, de Gabriel García Márquez y no se olvida de los poemas de Alfonsina Storni ni Pablo Neruda.
“La literatura es muy importante. Es una muy buena terapia para todos, lo que uno quiera mejorar, lo mejora leyendo”, define y entusiasmado cuenta: “La semana que viene, ya el lunes 24, arranco la secundaria. Y cuando termine, me lleve el tiempo que me lleve y mientras Dios me dé salud, voy a estudiar Filosofía, ya me regalaron unos libros”.
La historia
Los días de pies descalzos los atesora con amor. Aunque en la casa humilde ubicada en Rancagua, en la región del Libertador General Bernardo O’Higgins, muchas veces no había comida, nunca faltó un abrazo, un gesto de amor y un consejo bueno, de esos que Ramón aún recuerda. Habla de su mamá y se emociona: “Me decía que lo principal en la vida era el respeto”.
En ella pensó el 4 de julio pasado, cuando le dieron el diploma que acredita que ya terminó la primaria. “No era algo que ahora estaba en mis planes, sino que cuando Laura Fortunsky, la bibliotecaria, me contó que iban a empezar a dar clases para quienes quisieran terminar la secundaria y me ofreció anotarme, le conté que no podía porque no había terminado la primaria”.
La mujer habló con los responsables del programa, que evalúa el conocimiento de quienes son mayores y desean terminar cada ciclo, y estuvieron de acuerdo en evaluar a Ramón.
“Me tomaron un examen, era de literatura, y como leo mucho, lo sabía. Me dijeron que ya no estaba para hacer la primaria sino que por mis conocimientos debería avanzar y empezar con la secundaria. Con lo que di en ese examen de conocimientos era suficiente, parece”, admite tímido.
Contento cuenta que está a días de iniciar la nueva etapa escolar y emocionado, vuelve al pasado y lo hilvana con el presente. “Como sucedió en Argentina, cuando era niño, la primaria se iniciaba a los 6 años, pero a mi en Chile me recibieron a los 5 porque como mi mamá y papá trabajaban de sol a sol, no tenían con quien dejarme. Luego mi papá se enfermó, quedó internado, mi mamá y hermana María eran las que tenían que trabajar, y a mí me mandaban a la escuela. A los cinco meses de ir ya sabía leer con puntos y comas”, dice con orgullo.
Así fue hasta los 8 años y luego se dedicó a trabajar. “A los 22 años dejé Chile, entonces vivía en Santiago porque ya estaba empleado en una empresa que hacía viajes internacionales y me llevaron primero a Mendoza y luego a Buenos Aires. Ya hace 50 años que vivo en Argentina”, cuenta y en ese repaso de su historia asegura que no culpa a su familia porque no pudo seguir en la escuela cuando debió ponerse a trabajar sino “al sistema capitalista que quiere que la gente no estudie y sea ignorante, por eso la educación en Chile es cara”, lamenta.
Ramón, que desde hace 60 años es carpintero, sigue trabajando en su taller de Conhello, en Santa Rosa, La Pampa, con el menor de sus hijos (son tres). “Hacemos muebles de todo tipo, de cocina, sobre todo”, cuenta.
Los libros, fuente de toda riqueza
Cada vez que puede, desde que vive en Conhello, Ramón va a la Biblioteca Popular “Casimiro Bustos”, donde lo reconocen como “un consumidor de libros”.
Es allí, justamente, donde seguirá sus estudios hasta recibir su título universitario. Y ahí comenzó su actual trayectoria escolar. ”Ahora estoy ansioso porque siempre me gustó la filosofía, y tengo muchas ganas de estudiarla. Si puedo sería un sueño cumplido”, admite.
Ramón acaricia ese sueño porque en su localidad funciona un programa de extensión académica que depende de la Escuela para Adultos 3 “Stella Maldonado”, de Eduardo Castex.
“Hace 50 años que vengo leyendo filosofía, tengo colecciones y sobre todo de la socrática. La literatura siempre fue una terapia para mi porque un buen libro es un buen amigo y un mal libro es un mal amigo. Hay libros que no leería nunca”, asegura.Ramón Contreras con el diploma (Biblioteca Conhello)
Agradecido, dice que Argentina le dio todo. “Aquí formé mi familia, en esta localidad pampeana encontré mucha gente de bien, gente sana y buena, que es lo más importante. Jamás me hicieron sentir un extranjero ni me sentí discriminado. Sólo encontré solidaridad”.
Antes de terminar, pide agradecer a esas personas que le extendieron una mano y desea nombrarlas porque admite que hicieron un cambio en su vida. “El médico Angel Yayi Re para mi fue como un ángel como lo fue Luis Cervellini, el exintendente. Tuve la suerte de estar rodeado de excelentes amigos”, finaliza.
FUENTE INFOBAE