Un diálogo profundo con Iosif Bosch, Arzobispo de la Iglesia Ortodoxa Griega, Arquidiócesis de Buenos Aires y Sudamérica.
TEXTO Y FOTOS ALEXANDRA BARRETO
Nacido en Córdoba, viene de una familia creyente, convivían católicos y ortodoxos, hijo único, muy comprometido a su fe. Si no fuese sacerdote, “hubiese sido médico o compositor y director de orquesta”, cuenta.
Para Bosch, la Iglesia es una sola: “Los que estamos separando, somos los hombres”.
La ceremonia de entronización fue el año pasado en la Catedral Ortodoxa de Buenos Aires, contó con la presencia de funcionarios nacionales y representantes de diversas comunidades religiosas.
Es el primer argentino en liderar Iglesia Ortodoxa, ¿cómo se siente con esta responsabilidad?
Es grande porque el Patriarca y el Santo Sínodo me encomendaron una misión titánica, más allá de mis posibilidades como hombre. Sin embargo, me consuela el hecho de que la gracia de Dios, es decir su amor infinito por su gente y atento a su salud espiritual, superación y perfección, dan fuerzas y herramientas necesarias para poder realizar este servicio al cual se me ha destinado. Si me basara en mis propias fuerzas y capacidades estaría perdido, anularía el alcance del poder de Dios.
Usted se define como ecuménico.
Sí en el sentido de que sigo la tradición de mi Iglesia, la cual siempre ha estado abierta al diálogo y respeto de la diversidad, protegiendo y velando por la proclamación del mensaje del Señor y su adoración de la manera más pura y legítima. La vocación ecuménica de la ortodoxia está testimoniada a lo largo de la historia, aunque muchos identifican la Ortodoxia Cristiana el dogmatismo y la rigidez doctrinaria. Esto es una visión obtusa. La Iglesia es el medio, Dios es el fin. Por lo tanto, cualquier tipo de tergiversación de la legítima axiología eclesiástica trae como consecuencias cualquier tipo de extremismo religioso. La tradición de la Iglesia Ortodoxa bien asimilada, vivida y practicada evita caer en cualquier tipo de rigidez e impulsa a todos sus miembros, clérigos y laicos a estar abiertos a escuchar, conocer, convivir y sobre todo respetar las opiniones de los demás, aún en el plano religioso o espiritual. Esto de ninguna manera significa abandonar las convicciones y modo de vida propios. Es un camino de cooperación para poder, al fin, realizar el mandamiento del Señor que le diera sus discípulos en la última cena: “Que todos seamos uno”.
La terminología en cuestión es bien moderna. Actualmente, sobre todo en el ámbito eclesiástico y religioso del occidente, se han diversificado mucho las “especialidades” en la teología y en la praxis de la Iglesia. Entiendo que un ecumenista es una persona abocada exclusivamente a esta vocación, mientras que una persona ecuménica ejerce la misma de una manera más inclusiva dentro del sinfín de actividades que realiza, desde la liturgia hasta la pastoral y la misión. Todo está bien mientras las actividades ecuménicas se encuadren dentro del marco de la tradición eclesiástica y no devenga una ideología o agenda autónoma que se adhiera al evento eclesiástico como una forma de religión.
¿Cómo inició su llamado a la vida consagrada?
Lo sentí desde pequeño, nutrido, acrecentado en el ámbito del colegio y la parroquia en la que participé. Luego en la pubertad este amainó, para en la adolescencia apareció como una convicción que debía materializarse indeclinablemente. Fue una de las experiencias más fuertes de mi vida, la cual me ha marcado hasta ahora, dado que me fui desde Córdoba a un monasterio en Siria a los 17 años, un desafío para aquel adolescente que sólo quería seguir a Cristo. Para un joven de tal edad, de una familia de clase media cordobesa, encontrarse de un día para el otro en un monasterio viviendo prácticamente como monje, aún no siendo su vocación, en aquellos tiempos fue un shock importante. De todas maneras, uno a esa edad es mucho más maleable y rápidamente me adapté a los cambios e idiosincrasia.
Después de 10 siglos, el catolicismo rompió relación con la Iglesia Ortodoxa ¿qué opina al respecto?
El cisma siempre fue un trauma en la vida de la Iglesia y es por ello que es nuestro deber aquí y ahora tratar por todos los medios de sanar aquella herida. Debemos trascender nuestras miserias humanas y darle lugar a Dios para que actúe y nos muestre los caminos más viables para esta sanación. La religión tiene otra dinámica, mientras que el cristianismo se basa en el evento eclesial que es la comunión de congéneres espirituales que tratan de tener una misma conciencia y un mismo modo de vida basados en aquel Dios que se revela y se da constantemente a todo, a través de sus energías increadas. Esta es una enseñanza de nuestra teología: Dios constantemente crea, recrea y perfecciona todas las cosas, a todas las mujeres y hombres que abren a través de la ascesis espiritual su receptividad venciendo sus egos.
Vivimos en un mundo de intolerancia religiosa.
Con amor y respeto podemos vivir en tolerancia, aunque esta debe ser superada para poder ser inclusivos y seguir el mandato del Señor. No se trata solamente de “soportar” al otro, sino de poder trascender el egoísmo y poder verme en éste aún cuando sus creencias religiosas son diametralmente diferentes a las mías. Lo demás es de Dios. Él sabe, en su infinita sabiduría y amor, cómo recrear y perfeccionar a todos los hombres. Sin el “otro” no hay perfección; sólo no existe trascendencia, ni puedo llegar a la perfección.
La Iglesia Ortodoxa permite que los sacerdotes se casen, ¿cuál es su opinión respecto a que en el catolicismo no se pueden casar?
Para ser precisos en la Iglesia ortodoxa los hombres casados pueden acceder al sacerdocio. Es una tradición milenaria que, aunque con algunas modificaciones, se mantiene hasta el día de hoy. La Iglesia Católica tiene otra política al respecto, aunque hoy en día existe una apertura más fehaciente sobre este tema, de hecho, sino me equivoco, hoy es posible que hombres casados accedan al diaconado permanente. Para la Iglesia Ortodoxa es una parte esencial de su praxis y de tu tradición milenaria.
¿Cuál es el aporte de la Iglesia Ortodoxa Griega en estos momentos que vivimos?
La Iglesia en tiempos de pandemia redobla la pastoral y la oración como canales paliativos para poder acompañar a los enfermos y a los allegados de las víctimas. Avivar la fe, consolar a los afligidos, y con medios materiales acompañar a los necesitados son actividades de orden diario en nuestras parroquias.
La mujer cada vez más empoderada pero tanto en el catolicismo como en su Iglesia, éstas no pueden ser sacerdotes.
El papel de la mujer en la Iglesia es primordial y si bien en nuestra tradición las mismas no acceden al servicio ministerial litúrgico, esto de ninguna manera va en desmedro de las demás actividades que las mismas pueden cumplir en el seno de la Iglesia. En Cristo, como dice el Apóstol, no hay ni hombre ni mujer, es decir se proclama la igualdad del género, si cabe la expresión, basados en la misma práctica del Cristo que puso a la mujer en un lugar que en aquellos tiempos era impensado. De hecho, su madre, María, es su primera discípula y juntamente con las demás mujeres tenían parte activa y esencial en las actividades de la primera comunidad cristiana. Fueron las mujeres que acompañaron a Jesús desde el principio hasta el fin; Cristo se le reveló directamente a la Samaritana; elogió la fe de la cananea; se le apareció a la Magdalena inmediatamente luego de la resurrección y fueron las mujeres miroforas las que llevaron el pregón de la resurrección a los discípulos que se escondían por miedo al establishment religioso de la época que los perseguía.
¿Cómo fue el encuentro con el Papa Francisco?
Se dio en el marco de la visita oficial de la delegación del Patriarcado Ecuménico para la fiesta Patronal. Fue muy ameno, productivo. El Santo Padre siempre ha tenido una gran afición por un ecumenismo práctico y plausible. Su apertura mental y espiritual permite que el diálogo y la cooperación en esta materia se realicen por una vía siempre “aceitada”.
¿Es feliz?
Soy feliz totalmente pero no entiendo la felicidad como una emoción, sino como una actitud de vida que continuamente expresa su gratitud por lo que uno va siendo y construyendo con la asistencia de Dios; se trata de la satisfacción de que cuando uno cae puede levantarse y seguir adelante; del continuo agradecimiento y la alegría por lo que tengo y no tengo; la convicción indeclinable de que Dios está dentro y afuera, que siempre se revela, por toda la gente que se ha cruzado en mi vida y son motivo de gozo y una oportunidad para encontrar a Dios, más allá de la mera circunstancialidad que puede ser positiva o negativa. Eso es secundario.