Fue en el pueblo de San Miguel. En medio de los incendios, estos trabajadores iniciaron la difusión por redes que llegó hasta el influencer. El sentido homenaje a un caído en Malvinas.
El cuartel de bomberos de San Miguel ahora tiene nombre. Y techo. Ambas cosas, irónicamente, se deben al fuego. En particular, al incendio que consumió casi un millón de hectáreas en Corrientes durante el verano.
Es que este pequeño cuartel de pueblo, con piso de tierra y paredes sin revocar, fue el primero en reclamar más recursos para comprar una camioneta y poder combatir el fuego que devoraba el parque nacional Iberá.
El pedido llegó a oídos del influencer Santiago Maratea, que, con el dinero que recaudó en una megacolecta por redes sociales, les pagó una camioneta. La exposición también sirvió para mostrar la precariedad con la que subsistía el cuartel y a partir de ahí la historia cambió.
Tres meses después, en el fin de semana largo del Día de la Bandera, el equipo de bomberos de San Miguel pudo inaugurar el cuartel renovado: un techo de chapa brillante, una cochera al aire libre para la camioneta -que tiene en un costado la inscripción “Gracias Santi Maratea”- y una placa en homenaje a un caído en Malvinas.
“Fue muy feo lo que pasamos en los incendios y muy lindo también porque vimos que hay gente de muy buen corazón, que nos ayudó mucho. Recibimos donaciones de alimento, material, de todo. Falta bastante todavía, pero se avanzó muchísimo. Fuimos haciendo todo a pulmón”, cuenta Cristian, uno de los bomberos.
A su alrededor, se ultiman los últimos detalles. Dos mujeres con delantales blancos acomodan sobre una mesa de plástico bandejas con tortafritas, facturas y pedacitos de pastafrola. También sirven jarras con chocolate caliente. Los vecinos van entrando, se saludan y conversan. En minutos, empezará el acto para descubrir una placa con el nuevo nombre del cuartel “Remigio Antonio Fernández”, lugareño caído en Malvinas.
Adentro, en una única habitación de ladrillos a la vista, una veintena de bomberos, brigadistas y aspirantes se preparan para salir y formar frente a los invitados. Uno lleva una bandera argentina y otros dos los escoltan. Entre ellos se acomodan los trajes, se atan los borcegos y se colocan los cascos. Apenas caben en ese lugar que tiene, además, un pequeño baño en el fondo y un entrepiso de madera para guardar equipos.
Antes de los incendios eran 9 bomberos en ese cuartel. Ahora son 18 y hay 15 aspirantes a entrar al cuerpo. El lugar les queda chico y lo saben: el próximo paso es utilizar los materiales que les donaron para construir una ampliación en el terreno baldío que hay atrás del cuartel.
“Este es un proceso largo, de a poquito, como las hormiguitas. Cada sanmigueleño hizo su aporte, pero se aceleró un poco con las donaciones a raíz de los incendios”, dice José Alberto Barreiro, intendente de San Miguel. “Nos ayuda para que nuestros bomberos estén a full, mejor preparados”, agrega.
Sobre este punto coincide Héctor Tossolini, jefe del equipo: “Las donaciones fueron muy importantes porque nosotros veníamos muy decaídos, nuestro cuartel no tenía equipamiento. Y de golpe llegaron las donaciones, nos empezamos a equipar y eso fue un envión anímico muy grande”. En fila, los bomberos salen del cuartel y forman al aire libre. El cielo está encapotado, con nubes gruesas y un viento que amenaza con hacer llover.
Los abanderados salen del cuartel y los invitados, que se ubicaron en las sillas vestidas con una tela blanca bajo el techo nuevo, se paran. Suena el himno y después de unas palabras del intendente, se descubre la placa con el nombre de Remigio Antonio Fernández. Todos aplauden. Sin perder tiempo, las mujeres de los delantales sirven el chocolate caliente y ofrecen tortas fritas. La charla se anima y los bomberos se mezclan con los demás. Es una fiesta del pueblo.
De a poco, el viento arranca las primeras gotas y empieza a llover. Es una buena señal. En San Miguel nadie reniega del agua.