Millones de personas transcurren la pandemia en soledad. Y ahí aparecen los voluntarios del Centro de Espiritualidad Santa María.
La pandemia nos cambió a todos. Ninguna persona estaba preparado para todo lo que transcurrimos en estos últimos años. En algunas ocasiones el escenario fue mejor, en otras fue peor. Con la salud como bandera y eje principal del bienestar, las voluntarias del Centro de Espiritualidad Santa María ayudaron y de gran manera a aquellos y aquellas que vivieron la pandemia en soledad. ¡Y lo hicieron de gran manera!
“Oía el ascensor y pensaba, ‘Ahí viene mi hijo Martín’. Pero él no está, sigue viviendo en Australia y por ahora no puede volver. Entonces me preguntaba, ‘¿Estaré volviéndome loca?”, recuerda María C. (65). Ella es una de las acompañadas por Laura, una voluntaria del Centro de Espiritualidad Santa María (CESM). Hace un año, esa institución comenzó a dar apoyo a quienes se sienten solos en pandemia.
Recordar que no está loca ni sola. Que tiene mucho que agradecer. Eso y más le dice Laura a María por videollamada una vez por mes, antes cada dos semanas. Más que la frecuencia, dicen los acompañados, importa saber que esa oreja está ahí, disponible.
Una garantía de compañía que se trastocó en el último año. “Dejé de ver a mis nietos, a mis amigas, de ir a tomar café a la Zúrich, que lo hacen riquísimo”, dice Carmen, otra acompañada por el CESM. A “Carmita” la pandemia le robó las simplezas que puntuaban sus días. Pero, sobre todo, le robó tiempo: “Tengo 83 años y no sé cuánto más voy a vivir. Esto me saca dos preciados años de vida”.
María también siente que con la pandemia se le va la vida, aunque esté bien de salud. “A mis 65, ya no tengo años para perder”, subraya. Y recuerda la cuarentena más estricta: “Mi único contacto humano era en el súper. Perdí el ritual de comer con otros: empecé a tomar agua de la botella, a comer de la cacerola, siempre frente a una pantalla. Parece que no, pero eso te tira abajo”.
No todos se animan a hablar de ese estado interno: mientras allá afuera se apilan pobreza y muertes, poner en palabras la tristeza entre cuatro muros puede sonar a quejarse de lleno. Pero ahogar con culpa nunca probó ser solución.
“La palabra hoy es más valiosa que nunca porque es lo único que tenemos”, admite Rosalía Algañaraz (62), que tras la muerte de su marido hace un año se mudó de Huinca Renancó, en Córdoba, a la Zona Norte del GBA, más cerca de sus hijos. Le da apoyo Lola Gutiérrez (73), acompañante espiritual desde hace 40 años en el CESM. No se conocen personalmente. El contacto es online.
A Rosalía el duelo por su marido se le juntó con la cuarentena, o viceversa. “En la pandemia todos los dolores se agudizan, porque no hay abrazos, son todos a la distancia -observa-. Por suerte Lola me transmite todo lo que sabe a través de la pantalla. Espero conocerla algún día y darle el abrazo que hoy está en el aire”.
Carmita también espera abrazar a Natalia, su acompañante. “Ella es como una psicóloga espiritual. Hablábamos una vez por semana porque yo tenía mucha angustia. Fui mejorando de a poco y ahora es una vez cada tres semanas”, celebra.
Hablar de todo
“La pandemia nos obligó a abordar las cosas de las que nunca queremos hablar, porque nos asustan: la muerte, la angustia, la soledad. La clave es saber que ese miedo no tiene la última palabra, que no somos un estado de ánimo”, destaca Inés Ordóñez de Lanús. Fundó el CESM en 1972 en el barrio de Palermo. Hoy tiene sedes en otras ciudades argentinas y en Chile, México y los Estados Unidos.
Allí se dicta la carrera de acompañante espiritual y se liga a voluntarios y graduados con quienes quieran ser acompañados, sean personas religiosas o no. De un lado y del otro, la mayoría son mujeres. Los disparadores más comunes eran duelos, separaciones, enfermedades. Ahora también son la pandemia y su soledad.
“La gran protagonista aquí es la pregunta ‘¿Cómo estás?’. Ahí el acompañado empieza a hablar y el acompañante despliega la escucha empática. Valida la experiencia del otro, sin juzgar ni aconsejar. Le hace saber que hay personas dispuestas a dar su tiempo para ‘estar con él’ y que cada uno tiene las herramientas para salir adelante”, explica Inés.
María sigue extrañando a su hijo y a sus amigas, pero es consciente de que no está sola. “Le he sacado una parte positiva a esta cuarentena: saber que tengo una oreja lista para escucharme siempre, que no me critica y que me hace darme cuenta de que no estoy en soledad. Esa es una de las claves: recordar que todos estamos en la misma”.
FUENTE: CLARÍN