Carmela Bustelo creó House of Cholas a raíz de una propia necesidad: una prenda con estilo para cubrir su cabeza.
A los 21 años a Carmela Bustelo le diagnosticaron cáncer en los ganglios linfáticos y un largo tratamiento con quimioterapia hizo que perdiera el pelo. Una búsqueda frustrada de turbantes de diseño aptos para uso oncológico llevó a su mamá a mandar a coser diez con telas de camisas. El éxito entre su grupo de amigas y la necesidad de distraerse derivó en lo que hoy es House of Cholas. “Con cada piedra que se presentó en mi tratamiento, el emprendimiento fue creciendo”.
Carmela -o Chola, como le dicen sus amigas- tiene 26 años, está recuperada del cáncer, aunque debe someterse periódicamente a controles.
Cuenta su historia para inspirar a otras mujeres a no darse por vencidas.
“Cuando empecé el tratamiento, mi psicóloga me dijo que el peor momento de la vida puede ser el mejor momento de la vida, y desde entonces lo confirmo todos los días”, dijo.
Carmela nació en la Ciudad de Buenos Aires, pero a los 12 años se mudó con su familia a Bahía Blanca. A los 17 años volvió a la gran ciudad para iniciar la carrera de Arquitectura, pero un año antes de recibirse -en octubre de 2017- le diagnosticaron un linfoma de Hodgking que dio un vuelco en su vida para siempre.
Meses después, en febrero de 2018, creó lo que en ese entonces se llamó Las Cholas, una línea de vinchas y turbantes de diseño que pueden usar también pacientes oncológicos que pierden el pelo durante las quimioterapias.
“Nunca estuvo en mis planes tener cáncer y nunca estuvo en mis planes abrir un emprendimiento teniendo cáncer, por eso ya no planeo nada”, dice la joven mitad bahiense mitad porteña, que se describe como “una chica común”.
Si a la familia y a los amigos de Carmela le preguntaban qué la caracterizaba o la definía a los 18 años, todos coincidían en que era su pelo. “Me ha pasado que me frenen en la calle para ver qué productos usaba”, recuerda.
Cuando le detectaron cáncer, sabiendo que lo iba a perder, decidió primero cortarlo por los hombros y con el pelo sobrante fabricar su propia peluca. Tenía 21 años y, aunque ya no tenía eso que tanto la caracterizaba, cuenta que “seguía saliendo con sus amigas y tratando de hacer vida lo más normal posible”.
Fue cuando empezó a incomodarle usar la peluca que salió a buscar turbantes, pero no encontró lo que buscaba. “Existían dos mercados: los oncológicos y los de diseño, pero no existía un turbante de diseño apto para uso oncológico, hipoalergénico, que no pique, que no de alergia y que se pueda utilizar sin peluca directamente sobre la cabeza, sobre la piel”, cuenta.
En las tiendas de accesorios y de diseño había vinchas de moda, pero de micro tul, que da alergia, y en los centros oncológicos o en las farmacias vendían “turbantes blancos, con poca onda”, sumado el estrés de ir a buscar un producto de uso exclusivo para personas que atraviesan el cáncer.
Fue entonces que su mamá, Connie -a quien describe como “una leona”- mandó a coser diez vinchas y turbantes con telas de camisas viejas que había en su casa. Sergio, su modisto de toda la vida, fue su gran aliado.
Ese verano, como todos los años, Carmela y sus amigas fueron a pasar unos días en la playa de Monte Hermoso. En su valija viajaron sus inseparables diez turbantes. “Mis amigas empezaron a pedírmelos prestados y estaba muy bueno, porque al final del día todas teníamos algo en la cabeza y no era yo la rara”, recuerda.
“Ponete una chola y empoderate, ponete una chola y seguí adelante”
Después de ese verano, a Carmela le restaba por enfrentar un tercio de su tratamiento inicial y, aunque se resistía, empezó terapia. La psicóloga le dijo que empezara con algún entretenimiento para que no se haga tan largo lo que le quedaba atravesar.
“Mis amigas me dijeron que hiciera un emprendimiento de vinchas y turbantes de diseño, apto para uso oncológico. Antes de ir a quimio le dejé una bolsa con mis diez vinchas y turbantes a mi mejor amiga para que les saque unas fotos. Cuando volví de quimio abrí el Instagram Las Cholas porque, como mis amigas me dicen Chola era ‘ponete una chola y empoderate, ponete una chola y andá para adelante’”, recuerda.
Su primer posteo fue su historia, contó por lo que estaba pasando y recién después compartió las fotos de sus vinchas y turbantes y les pidió a sus amigas que compartieran la publicación. “Me fui a dormir y al día siguiente, cuando me desperté para tomar las medicaciones de la quimio, tenía 1500 seguidores; el celular explotaba; lo había compartido mucha gente; me preguntaban si hacía envíos a todo el país, si vendía por mayor”, dice y se vuelve a emocionar como en aquel momento.
Pero entonces se enfrentó con el primer problema del emprendimiento: tenía cientos de pedidos y solo sus diez cholas. “Todos los síntomas de la quimio se me pasaron, mi mamá se fue a Once ese mismo día a comprar telas y llamó a Pablo para que se pusiera a hacer vinchas y turbantes. Así empezó esta locura, así empezamos con Las Cholas mi mamá y yo” describe.
House of Cholas empezó a tomar volumen. Los showroom los hacían en los living de Buenos aires y de Bahía Blanca; colocaban mesas en locales de amigas y aun así no les alcanzaba para dar respuesta a tanta demanda. Las cholas las hacía Pablo, pero si no terminaba ayudaba a coserlas su mamá, mientras ella pegaba los stickers en las bolsas.
“Me llenaba la valija de cholas y volvía siempre vacía. Ha pasado que dos horas antes de que terminemos un showroom nos quedemos sin cholas y en un cuadernito empezaba a anotar los pedidos. Todas querían tener su chola”, dice.
Cuando creía que estaba bien, a principio de 2019 se tuvo que hacer un autotrasplante de médula. “Mi tratamiento se complicó y tenía que estar más días internada y ahí pensé que se había terminado Las Cholas, porque no iba a poder hacer los showroom, pero una amiga me regaló el diseño de la página web y Florencia, mi hermana, fue un gran apoyo porque empezó a coordinar todo. Entre mi mamá y mi hermana hacían malabares para hacer envíos a todo el país. Por eso, es un proyecto que con cada piedra que se presentaba en mi tratamiento, el emprendimiento iba creciendo”, asegura.
Al mismo tiempo que crecía el proyecto, cada vez más mujeres se identificaban con Carmela. “Atender el showroom después de una quimio era difícil, pero me entretenía, me hacía bien y me daba cuenta de que yo también le hacía bien a otras mujeres”, asegura.
Aunque asegura que no quiere planificar nada más para su vida, sueña con expandirse al mundo. Chile y Uruguay son los dos primeros países con los que está diseñando la logística de envíos, pero aclara que “la idea es acompañarlo con la historia, porque no es solo el producto”. Mientras tanto, retomó la carrera de Arquitectura.