Desde 2017, cumple una misión humanitaria en la República Democrática del Congo. Además, creó una fundación en donde acompaña a jovenes huérfanas. Conocé su historia.
Luisina Crespo con 19 años se convirtió en voluntaria de un grupo de misioneros laicos en Córdoba que asistía a personas en situación de calle y vulnerabilidad.
Pese a todo lo que hacía a tan corta edad, algo en su interior le decía que había más por hacer y en otro lado. Viajó a Costa de Marfil, en África, luego a Haití y más tarde a la República Democrática del Congo, donde conoció la triste realidad que vivían las mujeres: “A poco de llegar, caminando por la calle y vi como cualquier hombre, solo por ser hombre, golpeaba a una mujer porque así le ‘enseñaba’, vaya a saber qué. No hacía falta que fuera ni el padre, ni el marido, le bastaba con ser hombre para tener ese poder sobre ellas”, recuerda.
Claro que acudió a su ayuda. “Me decían que no me metiera porque eso está aceptado culturalmente y yo no podía hacer más que llorar”, revive la sensación que tuvo frente a esa situación tantas veces repetida que la dejaba sin habla y que, a la vez, despertó en ella el firme deseo de quedarse para hacer algo más que encerrarse a llorar.
En 2017, llegó a Kinshasa, ciudad capital, para quedarse (aún no sabe hasta cuándo). Al año, creó con unas amigas argentinas y españolas la Fundación Creer en Ellas, desde la que acompaña a las jóvenes huérfanas y vulnerables en su proceso de empoderamiento, formación y reinserción social. Nicole es una de las congolesas que estudió allí diseño de indumentaria y que ahora sueña con viajar a Córdoba para continuar con su carrera, aprender de emprendedurismo y conocer una nueva cultura.
“Nadie le quiere meter presión, pero ella abrirá las puertas a un nuevo mundo para las mujeres congolesas y será la que demuestre que pueden tener otra vida y hacer lo que sueñan, en Argentina o en cualquier otro país”, dice sobre la adolescente que fue victima de violencia y que se convirtió en la primera egresada de la fundación que hoy asiste a 15 mujeres y que dirigen otras seis.
La labor que realizan es tan importante para las mujeres para tener herramientas frente a una sociedad que las somete: nueve de cada diez no acceden a la educación ni a un trabajo formal, solo encuentran una mínima opción en la prostitución en las calles.
El inicio de las misiones
Luisina nació en la localidad cordobesa de Canals, ubicada en el sudeste de la provincia, y cuando cumplió los 18 años se mudó a la capital. Allí tuvo su primer contacto con la ayuda humanitaria al unirse al grupo de jóvenes Misioneros Claretianos, que asistían a personas vulnerables; ella, se ocupaba de aquellos en situación de calle y de los que vivían en barrios marginales.
“Esa tarea fue la que comenzó a darle sentido a mi vida, me hacía feliz ayudar a los demás y comencé a darle prioridad. También trabajé durante tres meses en un centro de dignificación para la mujer y tuve distintas experiencias como misionera. La primera en África fue en 2010 en Costa de Marfil, en un Centro de Dignificación para la Mujer donde trabajé tres meses y ese primer día allí me hizo dar cuenta de que eso era lo que tenía que hacer el resto de mi vida”, define.
Regresó a Córdoba para terminar la Licenciatura en Teatro. En 2014, partió por un año a la frontera de Haití con República Dominicana. “Trabajé con comunidades binacionales en la salud materno infantil, donde dimos formación para las mujeres embarazadas o que pasaban distintas situaciones de salud y que vivían en zona de montaña. Ese tiempo colaboré con una pareja española atendiendo y recuperando a niños con mal nutrición. Después de eso, no quise volver a Córdoba y meterme en un trabajo convencional, rutinario y que no me hacía feliz… Comencé a buscar cómo hacer de esta vocación un estilo de vida”.
Pasó por la crisis existencial necesaria para empezar de cero. Se mudó por un año y medio a Buenos Aires y eso le sirvió para terminar de formarse para que vendría: hizo cursos en la Cruz Roja y afianzó su idea de ver en el teatro una herramienta social.
“Busqué distintos sitios a los que mandar cartas, investigué dónde necesitaban voluntarios y miraba para África porque siempre sentí algo muy fuerte por este continente. Como ya estaba en contacto con los misioneros claretianos de Buenos Aires, ellos me pusieron el contacto con un misionero chileno que dirigía un orfanato en la República del Congo, me puse a disposición. Me respondió que sí necesitaba ayuda y llegué en 2017″, resume.
El lugar que la recibió es un orfanato hospital pediátrico donde vivían más de 500 niños y niñas. “Como es tan grande, está dividido en casas y el primer año me tocó vivir en la casa de las adolescentes: conviví con 40 chicas bravas, en el buen sentido, pero con todas sus historias y con mucho dolor detrás”, recuerda sobre el lugar donde ocupó el rol de enfermera, docente y madre al mismo tiempo para cuidarlas, sobre todo cuando enfermaban de malaria.
Fueron ellas las que le enseñaron sobre el Congo, le mostraron sus realidades y cómo era la vida de las mujeres en ese país. “Es durísima en cuanto a la salud, la higiene y, a mi modo de ver, de mucha violencia en todos los sentidos: visual, verbal, auditiva, física, psicológica… Desde el contexto, hay mucha basura y eso genera mucho olor todos los días, pero también tienen una manera de expresarse violenta y sobre todo contra la mujer”, lamenta.
No tardó más de medio día en descubrir lo que padecen las mujeres. “Quedan recluidas al hombre en todo. Todos son jefes de ellas y ellas quedan vulnerables en todos los sentidos. Imaginate que al convivir las 24 horas con esas chicas, pronto se convirtieron en mis hermanas menores y quise cuidarlas de todo eso y así comencé a enseñarles que tenían que pensar en que había una vida mejor para ellas, luego de que habían perdido sus esperanzas. Al ser tratadas todo el tiempo como una cosa, como algo que no tiene cabeza o como alguien que no vale nada, ellas lo creen porque es lo que les hacen creer desde niñas”.
“A las mujeres les hacen sentir que no valen nada, que no son capaces de hacer algo bueno porque no tienen cabeza, y ellas creen que no tienen capacidades. Entonces, como ese autoestima está muy pisoteado y es difícil que ellas puedan pensarse fuera de ese sitio”
Pensar en qué podría hacer por ellas no la dejaba dormir mientras, en paralelo, escuchaba que al cumplir los 18 años, debían dejar el orfanato y quedaban a su suerte. “Las chicas que se iban no tenían adonde ir, no tienen familia y salir de ahí implicaba salir a la calle sin ninguna herramienta porque, lamentablemente, las condiciones del orfanato y de la educación son muy malas y muy bajas, salen con pocas herramientas para sobrevivir en una ciudad tan feroz y en un país tan brutal”.
En ese tiempo, conoció a voluntarias españolas con las que compartió esa angustia y juntas comenzaron a pensar en un proyecto. “Quería abrir un centro para acompañarlas y ayudarlas al salir del orfanato y darles herramientas para la reiniciación social, para que no quedaran en la calle. La idea era que pudieran pasar un tiempo en este centro y darles una formación integral para la vida porque no saben cómo utilizar el dinero por vivir tantos años encerradas, en un contexto muy pequeño porque no tienen preparación en cuestiones de higiene, de salud, de su sexualidad, etc. y la idea es apadrinar para que las que tienen las posibilidad, estudien algo. Muchas no saben ni leer ni escribir, pero sí pueden formarse en oficios como la costura, la cocina, estética o en pastelería”. Esa idea dio vida a la fundación y una consigna: Creer en ellas.
La misión de que otras mujeres crean en sí mismas
En 2018, Luisina creó la Fundación Creer en ellas, una ONG constituida en España por un grupo de seis jóvenes mujeres españolas y argentinas, que luego de conocer las duras realidades que afrontan las mujeres en República Democrática del Congo, decidieron pasar a la acción con un proyecto concreto y eficaz.
“Nuestro compromiso ya no es solo con las jóvenes que conocimos sino con la causa de todas las mujeres congoleñas que sufren situaciones de abandono (orfandad), maltrato o viven en situaciones de vulnerabilidad y nuestra propuesta es acompañarlas”, dice sobre la idea de no soltarles las manos al momento de hacer frente a una sociedad donde nueve de cada diez mujeres son abusadas, violentadas y marginadas. El mayor objetivo es que “puedan desarrollarse de manera autónoma y llevar a cabo una reinserción social sana, acompañada y sólida”.
Una de las primeras en haber cumplido el objetivo de “Creer en Ellas” es Nicole, la joven a la que acompañan desde hace cinco años y que se recibió de Diseñadora de Modas y desea viajar a Argentina para formarse, aprender y desarrollarse un poco más. Ella está trabajando de la costura y vende sus productos, y está ahorrando para poder pagar el pasaje de avión”. Luisina viajará con Nicole, la acompañará a Córdoba donde la familia de la misionera la espera ansiosa para darle lo que nunca tuvo: el calor de un hogar y el amor de una familia.
FUENTE: INFOBAE