Alejo Paiz formó parte de los 24 expedicionarios que en 2010 realizaron la travesía del el Cruce de los Andes por el bicentenario nacional.
POR ALEXANDRA BARRETO
En enero de 1817 el Ejército Libertador al mando del General San Martín lanzó una gesta que parecía imposible de lograr: el cruce de la Cordillera de Los Andes con destino a Chile, a paso de mula, a pie, con escaso equipo y pocos víveres. Junto a 5000 hombres y 1.500 caballos, cerca de 10.000 mulas, 900 mil tiros de fusil y carabinas, 2.000 balas de cañón, 2.000 de metralla y 600 granadas. Fue una estrategia militar con la misión de continuar por una ruta el camino del Alto Perú, un recorrido lleno de obstáculos pero que determinó la independencia de Argentina, Chile y Perú.
En el 2010, 24 participantes representando las diversas provincias de Argentina, desafiaron sus propios límites para rendir homenaje al Padre de la Patria. La ornamentación que usaron fue lo más parecido a lo que hubo en esa época. Dejaron a un lado celulares, cámaras de fotos y todo tipo de comodidades durante nueve días.
Sus guías de camino fueron mulas y todos armaron los campamentos en lugares de reseña histórica suministrada por el Instituto Nacional San Martiniano y la Comisión Nacional de Museos y sitios históricos de la Nación.
Además, se hizo el reality 24200, desde el Valle de los Patos Sur, en la Provincia de San Juan, desarrollado por el productor Fernando Leanza, que contó con la conducción del licenciado Sergio Verón y el Dr. Alberto Cormillot, quien hizo el soporte médico de los participantes asistidos también por los médicos de Gendarmería Nacional.
Alejo Paiz (63), casado, con tres hijos y un nieto, fue el elegido por la Provincia de Buenos Aires, para formar parte del proyecto gracias a los comentario de su amigo Leanza. “Después de una charla cotidiana con él acepté el desafío, accedí para formar parte de la gesta San Martiniana”, revela.
Acota que no lo hubiese hecho si no gozara de un excelente estado físico: tiene un pasado rugbier, corre, hace ejercicio y lleva una alimentación balanceada. En ese entonces tenía 52 años y fue el primero en pasar la prueba de resistencia.
Nadie les dijo que iba a ser fácil, pero todos querían lograrlo. “La proeza del cruce de la Cordillera fue una aventura que nos llevó a mostrar nuestra capacidad de supervivencia”, explica.
“Todos nos unimos para llegar”, recuerda.
Para iniciar la travesía les entregaron a cada uno, un bolso (alforja) con pertenencias para usar en la montaña, con un espacio sobrante para agregar lo que quisieran.
La gran mayoría de los participantes tenía experiencia en pruebas aeróbicas pero otros nunca habían subido a una montaña, lo que ocasionaba recelo. “En la pre codillera apareció el factor miedo, durante la primera parada en el cuartel tuvimos 10 minutos para ponernos la ropa de expedición, sólo tuvimos que llevar zapatillas”.
“El primer día que llegamos nos indicaron que no comiéramos encima de las mulas ya que no teníamos práctica y así evitar accidentes. Se nos asignaron tareas a los grupos: preparar la merienda, cena y lo más importante el armado de las carpas para dormir. Hacía tanto frío que teníamos que dormir como cachorros pegados unos de otros”, detalla.
Lo que más abundó en esta experiencia fue la motivación. “Se dejó el interés personal para lograr un objetivo, ninguno de los que fuimos nos conocíamos, cada uno con llegó con sus tradiciones y costumbres”.
El medio de transporte que emplearon fue el mismo que tuvo San Martín y sus acompañantes. “La mula era la pieza fundamental, un animal resistente que tiene un pezuña de doble punta, ideal para alta montaña, sabe dónde pisar”.
Entre las anécdotas y momentos complicados, relata que hubo una periodista que tuvo que retirarse. “Iba delante de mí pero se asustó porque en un momento no se colocó bien la montura y quedó agarrada del cuello de la mula. No pudo seguir y fue un helicóptero a recogerla”.
Con temperaturas de 15 grados bajo cero, cabalgaron 12 horas seguidas durante 9 días. “Había compañeros que sabían hacerlo pero a los que no, nos salieron ampollas”.
¿Cuáles fueron los momentos más fuertes de convivencia?
Cuando llegamos al límite con Chile formamos una línea toda paralela a la frontera y avanzamos con banderas argentinas hacia un monumento del libertador Bernardo O’Higgins. Lloramos todos al conseguir la meta, fue un momento tremendo, no sé cómo transmitir la sensación de patriotismo.
¿Extrañaba a la familia?
Sí, pero estaba enfocado en mi objetivo, aparte lo había elegido, nadie me había obligado, era una nueva oportunidad de conocer gente de un entorno geográfico distinto.
¿Qué aprendió de la vida con esta experiencia?
Que los seres humanos podemos aguantar la adversidad y que ésta te fortalece, que el ser humano en condiciones adversas se une y saca lo mejor o lo peor de acuerdo a la condición humana. De ese grupo hice buenas amistades. Por ejemplo, con el compañero de Formosa se crearon lazos fuertes; tuvo un problema con su hija, y lo ayudé en Buenos Aires. Seguimos en contacto porque tenemos un chat y 2 años después tuvimos un encuentro en Córdoba y festejamos.
¿Qué aprendió del General San Martin?
El valorar a un verdadero líder que no fue corrupto, me acerqué más a la historia argentina.
Quiero felicitar sinceramente a Alexandra Barreto, quien amablemente y con toda su paciencia pudo, a pesar de mi ajetreada vida de médico en pandemia, construir una nota en la que interpretó exactamente el espíritu del cruce de la cordillera que tan profundamente nos marcó a cada uno de nosotros de por vida. En nombre de todos los expedicionarios un GRACIAS GIGANTE, ALEXANDRA!!!
Gracias Alejo por este reconocimiento a mi trabajo, me da fuerzas para seguir en lo que hago, que se repitan más expediciones pero todos vacunados. Abrazo