Trabaja en Mar del Plata junto a 750 hombres. Una historia que empezó hace más de 12 años y en la que se juntan el pasado familiar y el futuro social.
Soledad Romito es la primera mujer estibadora del país. Trabaja en el puerto de Mar del Plata y lo hace todos los días rodeada de más de 750 hombres. Una historia que empezó hace más de 12 años y en la que se juntan el pasado familiar y el futuro social que se construye a fuerza de mujeres que llegaron para quedarse.
Hubo un día en el que esta mujer de voz firme y andar tranquilo tuvo que elegir entre las dos opciones que definían su futuro. Ella quería ser contadora, pero sin darse cuenta apareció la opción de trabajar en el puerto con su papá y haciendo lo mismo que hizo su papá durante muchos años. El trabajo de estibador –hasta entonces- no era cosa de mujeres, hasta que llegó ella.
Nunca imaginó que esa ayuda provisoria terminaría siendo su trabajo permanente. Y en la elección siente que ganó con creces: sigue los pasos de su viejo, supo ganarse el respeto de todos y es feliz cada vez que se sube a una máquina de carga en medio de barcos pesqueros que llegan y se van.
No es un trabajo fácil. Más bien podría decirse que es rudo y para quienes están dispuestos a curtirse la piel bajo los solazos de verano o las tempestades que trae el invierno junto al mar.
La temporada más intensa de estiba se da con la pesca de calamares entre febrero y junio y con la pesca de anchoítas, magrú y merluza de setiembre a diciembre. La descarga de barcos no tiene días fijos, ni horarios específicos y hasta suele ocurrir, como le paso a Soledad, que hay que trabajar 48 horas seguidas, casi sin dormir.
Ella se lo banca. Fue forjando el carácter que hoy tiene a los 41 años a fuerza de desplantes, ciertos destratos, algunos miedos y los consejos de su padre que hoy atesora como el gran legado para sobrevivir en una actividad hecha para hombres. Aquella mujer tímida que alguna vez caminó de una punta a la otra del muelle tuvo que buscar dentro de sí la fortaleza y el coraje para imponerse y que no la pasen por arriba.
No fue fácil. Hasta le hicieron la vida imposible porque el machismo instalado no se bancaba a una mujer coordinando acciones, dando órdenes, haciendo el mismo trabajo, pero con otros modos y sobre todo, siendo efectiva en lo suyo. Demasiado y todo de golpe para tantos hombres juntos. Hoy las cosas han cambiado.
Mientras cuenta que todo empezó ayudando a su papá en la economía familiar y sin saber casi nada de lo que tenía que hacer, la charla se interrumpe porque no son pocos los compañeros de trabajo que le gritan, la alientan y hasta se acercan a charlar porque quieren ser parte de la crónica de esta señora que se ganó la consideración de todos.
Asombra que la gran mayoría de los que “meten bocado” en la conversación destacan que Soledad los ayudó a descubrir una sensibilidad y un respeto que no ejercían. Desde la ventanilla de un barco alguien dice a los gritos: “Con ella aprendimos cómo se trata a las mujeres”. Otro se acerca y entre lágrimas le agradece porque “me ayudó a descubrirme como un hombre que puedo respetar al género femenino”. Y un poco más allá nos esperan tres empleados que coinciden en que ellos también “tuvieron que cambiar los modos y las formas de tratarse”.
Un buen día cambió Soledad y torció el rumbo de su destino. Dejó los libros de contaduría para meterse en las cargas del puerto. Y fueron cambiando de a poco los 750 empleados que supieron darse cuenta de que a las mujeres hay que tratarlas con respeto.
Mientras sigue el legado de su padre, Soledad me cuenta que deja que su único hijo, a quien adora, tenga la posibilidad de elegir lo que quiere para su vida y que de ninguna manera tiene que sentirse obligado a seguir con ningún mandato familiar. “Él es libre de hacer lo que quiera para cumplir con sus sueños”, aclara.