Candelario Téllez luce cansado, con el cabello blanco y un rostro lleno de historias y anécdotas para contar. Fue un hombre emprendedor y decidido: un día, aprendió a leer por su cuenta, a pesar de nunca haber ido a la escuela. ¿Cómo lo hizo? Empezó a coleccionar Los Cancioneros de los periódicos (secciones de los diarios que publicaban las letras de las canciones más populares a principios y mediados del siglo pasado) y poco a poco los fue descifrando hasta que un día logró comprenderlos. Así fue como nació su pasión por la lectura de la que hoy se enorgullece, pero que ha debido dejar pues su vista le ha abandonado poco a poco
Hoy Candelario está cerca de llegar al siglo de vida y está muy orgulloso de lo que es y ha hecho: limpió potreros, sembró la tierra, hizo “el mejor queso de toda Nicaragua” (según cuenta), y tomó la decisión de buscar una vida mejor en una etapa en la que muchas personas ya se habrían rendido. Recuerda que cuando cruzó la frontera venía con miedo e incertidumbre: su esposa había muerto hace muy poco tiempo, se sentía enfermo y en su país natal no tenía acceso a cuidados de salud, ni trabajo.
Candelario tomó la decisión de migrar cumpliendo el último deseo de su esposa: que fuera a buscar a una pariente lejana de ella, pues cuenta que él ya se había quedado sin familia viva y los años ya le habían debilitado y enfermado.Llegó sin nada a Upala, cantón fronterizo de Costa Rica, pero hoy tiene mucho: una familia que lo recibió y lo adoptó, alimentos, acceso a servicios de salud, una comunidad que lo aprecia y algo que ha sido fundamental para él luego de muchos años: su cédula de residencia.
Candelario dice que lo pasado es pasado y que hay que mirar siempre al frente, aunque sus ojos se llenan de nostalgia y lágrimas al contar que perdió contacto con sus hijas hace más de 60 años. Un día ya no estaban, se habían ido hacia El Salvador y pese a que intentó buscarlas, no tuvo suerte: no tenía recursos, ni nadie le dio razón de su paradero años después. Dice que las extraña mucho y que espera que Gladys, Cristina, Naya y Bernarda estén vivas todavía y gozando de buena salud.
“Mi gran sueño hoy es que mis hijas estén bien, aunque nunca llegue a saberlo. También quiero recuperar o al menos mejorar un poco mi vista para seguir leyendo”, dijo con una mezcla de nostalgia y esperanza.
El abuelo, como lo llaman muchos en el pueblo, espera seguir con sus controles médicos para superar sus padecimientos y vivir muchos años más.