POR ALEXANDRA BARRETO
Es músico, escritor y se dedica a la venta de libros en una casona en
el barrio de Caballito
Caminando por la calle Bogotá al 101, en una esquina, sobresale un
espacio que invita a detenerse porque a través de un vidrio se ven
cientos de libros apilados, un desorden llamativo que motiva a
quedarse. Se vislumbra a lo lejos a su dueño, Lalo Acuña, que recibe a
la gente siempre con una sonrisa. Se trata de la librería Caligari que
nació en la crisis del 2001, pero a pesar de eso, Acuña hizo de este
sitio su bunker.
El nombre Caligari es una referencia para cinéfilos, lo tomó de la
película El Gabinete del Dr. Caligari, considerada una de las obras de
referencia del cine expresionista alemán de los años veinte. “Le puse
así porque la arquitectura del local –que tiene una pared curva, hoy
repleta de libros- me hizo recordar la estética del film”, comenta.
Caligari ofrece una variedad de textos que van desde 50 pesos hasta
los 3.000, un amplio catálogo en teoría musical, libros usados,
ediciones independientes y una selección realizada por él mismo de
narrativa internacional de la editorial Tusquets. Hasta oro en polvo,
como un libro del propio Julio Cortázar.
Lalo (56) tiene 30 años de librero y fue feriante por 23 en el Parque Rivadavia. Se crió en el barrio de Versalles pero decidió independizarse y optó por mudarse a Caballito.
“Gustaba de las ferias del sector, recorría como un paseador del barrio. En 1989 tenía un emprendimiento con un amigo, hacíamos servicios gráficos, diseño de tarjetas y el trabajo se derrumbó”, reveló.
Posteriormente, empezó un negocio de venta de empanadas que hacía
su madre. “Fue el primero en esa época en la zona de Caballito, nos
fue muy bien, iba los fines de semana, pero paralelamente hablé con
un delegado de una mesa en el parque y le dije si podía poner una
para vender libros, así empecé”.
Asegura que en ese momento la crisis económica era muy grande, “la
gente se volcó a las calles a vender sus cosas, pienso que el librero
del libro antiguo es un tipo que sabe remar las crisis, más allá del
gusto que tiene por lo que hace”.
¿En casa de herrero cuchillo de palo? “No leo mucho, ahora estoy
escribiendo cuentos pero a modo de curación emocional, me gusta la
ficción, recrearlos, ponerlo en una situación y resolverlos”.
Caligari no es sólo un sitio de libros nuevos y viejos, es algo
más, yace una guitarra junto a enciclopedias y un sótano que conduce
a los placeres de Lalo: una especie de cava musical.
“Este lugar está destinado para actividades culturales. Han venido
algunos grupos de música underground, han habido noches de tango,
de baguala, presentaciones de libros, lecturas, regularmente, los
jueves, nos juntábamos con amigos y hacíamos una jam de jazz
moderno”, asegura y cuenta que los bienvenidos eran sus amigos y aquellos
que se anunciaban amablemente para poder pasar y disfrutar de la
música.
“Este sitio me ayudó a sanar momentos complicados como mi
separación y la muerte de mi madre”, contó sobre la importancia de Caligari en su vida.
Para Lalo Acuña, esa esquina es algo más que un negocio de textos
antiguos y modernos. Es ese rincón que permite arrancar la sonrisa de
esos curiosos que se detienen para conocer que se esconde detrás de
esa persiana.