Una pareja cumplió su deseo de levantar su hogar con materiales reciclados. Recibieron ayuda de voluntarios, algunos a cambio de hospedarlos en un entorno de ensueño.
Ecoladrillos, botellas de vidrio, barro, paja, con un perseverante trabajo en equipo, pueden lograr mucho. Incluso, una casa. Una sucesión de hechos en la vida de Ángel León y Valeria Martín hizo que conocieran una forma de construcción distinta: con materiales reciclados, amigables con el ambiente y que estén al alcance de la mano. Solo eso bastó para que se entusiasmaran y comenzaran con el proyecto que llamaron “Ketri Newen”: la edificación con esa técnica de su casa soñada en Bariloche, ciudad en la que viven desde 2009.
Sin conocimientos previos sobre el tema, se interiorizaron, aprendieron y, pese a grandes dificultades, con la colaboración fundamental de voluntarios y amigos, ahora están a un paso de alcanzar la meta y mudarse. Si bien ambos reconocen que encontrar una casa adecuada les comenzaba a traer dificultades, nunca se imaginaron para dónde viraría el camino. “En 2013 nos tuvimos que mudar y lo que sucede acá es que es muy difícil que te alquilen lugares para vivir con niños y mascotas, y nosotros teníamos tres perros”, cuenta Valeria, que es licenciada en Física.
“Nos voló la cabeza”
De forma paralela, se enteraron de una convocatoria que realizaba la perrera municipal, en la que buscaban voluntarios para un proyecto de armado de cuchas de barro, para “abrigar” las jaulas que tenían y reacondicionar un espacio.
“Como somos re perreros, quisimos colaborar. Como primera tarea no recomendaron ver un documental de Jorge Belanko, que es un reconocido permacultor, bioconstructor de El Bolsón, y es un referente en la construcción en barro, que se llama ‘El barro, las manos, la casa’. Eso nos voló la cabeza”, resumen.
La expresión tiene sentido figurado pero definitivamente es la más acertada al momento de describir lo que sucedió desde entonces. La pemacultura, en líneas generales, podría definirse como un sistema de principios (de diseño agrícola, económico, político y social) que busca combinar la vida de las personas con el ambiente de una forma respetuosa y beneficiosa para ambos. Esto incluye también, la forma de construir y habitar una casa. “La verdad que en ese momento no sé cuál era nuestra concepción, ni qué casa íbamos a tener a futuro, no nos lo habíamos preguntado. Y ver en el documental a gente haciéndose su casa con las manos y materiales que estaban obteniendo de la naturaleza, nos voló la cabeza”, insiste Ángel, docente y estudiante de Letras de la Universidad de Río Negro.
A partir de ese primer encuentro conocieron a más gente y durante el verano integraron un grupo en Facebook en el que varias personas compartían sus proyectos de construcción y solicitaban voluntarios. “Había aproximadamente unas siete casas en construcción con diferentes técnicas, diseños, y materiales. Nos juntamos cada 15 días a colaborar en una de las casas. Entonces no solo ibas a colaborar, sino también a aprender”, cuentan.
El nombre que eligieron ponerle, “Ketri Newen”, también tiene un significado especial: en lengua mapuche puede traducirse como “fuerza o poder del arrayán (”ketrï” es “arrayán”, y “newen”, quiere decir “poder” o “energía”).
De la ilusión a la destrucción total: empezar de cero
En ese sentido, avanzaron con la edificación siguiendo los lineamientos incorporados. Así, para mediados de 2019 ya pudieron mudarse a la casa y allí vivieron hasta el 20 de julio de ese año. Una histórica tormenta de nieve hizo que ese día un árbol aplastara prácticamente por completo la casa. Ambos se salvaron de milagro, y tuvieron que demoler lo poco que quedaba en pie y comenzar, literalmente, desde cero.
“Una de las cosas que nos habilitó esta forma de construir es tener una casa más amigable con el entorno. Si el día de mañana hay que desarmarla, no genera tantos escombros y residuos, como puede producir una casa de material. Lo sabemos porque desgraciadamente lo vivimos”, recuerda la pareja.
“Nunca pensamos que iba a pasar algo así. Ahí vimos cómo muchos materiales se pudieron reutilizar. Gran parte del barro de ese material orgánico que habíamos utilizado en la primera casa, lo pudimos recuperar y forma parte de la construcción de la actual. Con una construcción tradicional no se puede hacer porque no sirve el ladrillo partido”, compara Ángel.
El accidente derrumbó por completo el sueño de la pareja. Sin embargo, de la mano de conocidos, amigos y voluntarios de la comunidad que conocieron su historia, se pudo empezar de nuevo.
“Al igual que en la primera construcción, nos ayudaron muchísimo. Primero la gente que había quedado de ese grupo de Facebook de las casas, después el boca a boca y las redes sociales hicieron que se fuera difundiendo”, dice Valeria. “Nos basamos en el concepto de ‘minga’: que implica la ayuda, de trabajo físico voluntario en determinado lugar, a cambio de ninguna otra retribución que también recibir ayuda, cuando el otro la necesite”, explica.
Así surgió la idea de armar un equipo de voluntariado. “Se trata de recibir gente que se ofrecía a venir, sobre todo viajeros que querían conocer Bariloche, para colaborar en el proyecto, y nosotros les enseñamos. Hay mucha gente interesada en aprender sobre estas técnicas de construcción y nosotros más agradecidos de recibir colaboración y enseñar”, indican.
De viajeros a voluntarios
Por eso les recomendaron crear un perfil en redes sociales (en Instagram figuran como “@casitadebarrobariloche”). “Nos ha ayudado mucho para que nos conozcan y a que la convocatoria de voluntario sea muy buena. De hecho, mantenemos un cupo de tres o cuatro personas, porque es la cantidad que entendimos podemos dirigir y también para la convivencia”, explican.
Mientras trabajan, quienes colaboran tienen el hospedaje y buena compañía garantizados en la casa. “Tenemos una habitación terminada con dos camitas. El baño está instalado con un inodoro tradicional y una ducha eléctrica y una cocina con el heladera. Además les brindamos algunas comidas”, cuenta la pareja.
Si bien, como todo proceso de semejantes características implicó altas, bajas y momentos con mayores y menores dificultades, Ángel y Valeria se muestran felices, entusiasmados y con una catarata de experiencias y aprendizaje.
Cuáles son los materiales con los que construyeron la “casa de barro”
La primera casa estaba formada por una estructura de madera, ecoladrillos, nylon y un techo vivo, neumáticos, botellas de todo tipo, telgopor de embalaje, frascos, y otras cosas más que, de otra forma, hubiesen terminado en un basural o como relleno sanitario.
Muchos pudieron reutilizarse en la segunda construcción. Los cimientos están hechos con neumáticos en desuso. “Nos llevó bastante tiempo eso porque el terreno en el que estamos tiene pendiente. Entonces tuvimos que hacer compensación del terreno y elaborar un muro de contención. Optamos por hacerlo también con materiales recuperados y lo hicimos todo con neumáticos, rellenos con ripio y tierra, colocados de manera escalonada. En total usamos unos 144 neumáticos”, describen. “Recibimos algunas críticas por utilizar neumáticos, por la contaminación que provocan en el suelo. Pero la realidad es que terminaría tirado en otro lado. Preferimos que se pueda aprovechar para cumplir una función”, aporta Valeria.
Para rellenar la estructura hecha con madera, utilizaron, por un lado, mezclas con arena arcilla, tierra y paja. “La mejor mezcla es la que se hace con paja proveniente de fardos de lo que es rastrojo de avena, de trigo, cebada, principalmente de cereales. Porque es hueca y permite que quede aire atrapado adentro de la mezcla y tenga características aislantes”, indican.
Por eso optaron, como un reemplazo ideal, por una enorme cantidad de ecoladrillos. “Es básicamente una botella plástica rellena con plásticos no reciclables, limpios y secos y también algún tipo de cartón que no se recicla. No los necesitamos ultracompacto, sino que tiene que quedar un poco blandito porque precisamos que quede aire atrapado dentro de la botella para que cumpla la función aislante”, indican.
Para esto, fue fundamental la campaña que iniciaron en la ciudad con puntos de acopio para que la gente se sumara con sus botellas. Recolectaron alrededor de 10.000, según sus cálculos. “Cada ecoladrillo pesa 1 kg aproximadamente. Al multiplicarlo, notamos la cantidad de basura que sacamos del sistema. Si bien lo ideal sería que ni siquiera existiera, lo utilizamos porque ese residuo ya está generado, no es algo que el mercado produjo nuevo para nosotros”, aclaran.
Como las botellas no son parejas, dado que hay de todo tipo, las paredes las terminaron de completar con una mezcla de otro tipo de paja, que sí consiguen a nivel local, con arcilla. “La reemplazamos por algo que la naturaleza nos ofrece acá: la aguja de pino, la pinocha. Es una fibra de aproximadamente unos 15 centímetros: la embebemos con arcilla y con esto terminamos de de completar”, sostienen. “Y logramos una casa que es abrigada y se calefacciona con muy poco”.