Tenía solo seis años cuando marchó al campo a trabajar junto a su padre. Gobernaba Don Hipólito Yrigoyen en esos primeros tiempos. Después, hay una larga enumeración de oficios, porque hizo de todo en su vida.
José Rodríguez nació en Balcarce el 24 de octubre de 1922, o sea que tiene más de 100 años.
Don Pepe mantiene una rutina todos los benditos días del año. Bajo la suave luz de su carpintería en Balcarce, cincela, martilla, asierra, lija la noble madera. Creo que no hay una sola casa de esa ciudad -donde nació, hijo de padres españoles- que no tenga un mueble que hicieron esas manos de artista.
El norte en la dilatada vida de José Rodríguez siempre fue el trabajo. Tenía solo seis años cuando marchó al campo a trabajar junto a su padre. Para darnos una idea: gobernaba Don Hipólito Yrigoyen en esos primeros tiempos. Después, hay una larga enumeración, porque hizo de todo en su vida.
Del campo, cuando le tocó el servicio militar, pasó a la gran ciudad. En aquel tiempo -recuerda el memorioso Pepe- no existía la avenida 9 de julio tal como la conocemos hoy, sino una parte.
Al terminar el servicio militar, un hermano lo llamó para trabajar en Buenos Aires como pastelero, pizzero y verdulero. Se puso de novio con una chica de Avellaneda y le dijo a su hermano que pensaban casarse. Fue ahí que el hermano devolvió a la chica –tenía solo 18 años- a la casa de los padres y a José le compró una maleta y lo metió en un ómnibus para que volviera a Balcarce.
¿Y porque hizo eso? “Él pensaba que éramos muy jóvenes para casarnos”, dice José. El amor llegaría unos años más tarde con una vecina de su ciudad natal, Ana María Sueyo— con la que tuvo dos hijos y que hoy lo sigue acompañando en la vida, con 95 años recién cumplidos.
Así como encontró compañera, también encontró la vocación cuando un amigo –de apellido Ziratoza- lo hizo socio de una carpintería. Era 1956.
Conozco muchas carpinterías, muchas. El denominador común es el aserrín que se pega en las paredes, ese polvillo ocre que cubre la fortaleza de José donde se entremezclan y confunden los olores: cedro, lapacho, incienso, paraíso. Maravillosos ejemplares a los que Rodríguez dio forma cortando, clavando, ensamblando, cepillando, midiendo con ese metro que lo acompaña en el bolsillo de atrás de su mameluco como una mascota fiel.
La salud también lo acompaña con sorprendente fidelidad. ”Nunca tomé alcohol y solo fumé tres años en mi vida, hasta que nació mi hija”—dice Rodríguez. Su fórmula del bienestar no se acaba allí: “Tengo respeto por todo el mundo y jamás me peleé con nadie”. Tuvo dos veces COVID-19 durante la pandemia, pero sigue fuerte como un roble.
La municipalidad de Balcarce lo nombró vecino ejemplar, y ya lo nombran un escalón por debajo del gran Chueco Fangio en su pago natal. “Mi mejor pagaré es un apretón de manos”, explica.
Ya no tiene la fuerza de antes, pero lo ayudan su hijo José Luis, su sobrino Jorge Domínguez y su amigo Néstor “El zurdo” García. Y últimamente se ha concentrado en armar bastidores y marcos para pinturas de artistas.
En la carpintería de Rodríguez y Ziratoza -se sigue llamando así aunque su socio ya no vive- hay un viejo calendario, apenas iluminado por la luz de la tarde que desciende blanda, por una claraboya. “Me muero si no trabajo”, dice Don Pepe, y yo miro y remiro la cosas arrumbadas en el galpón, como esas sillas polvorientas que esperan su turno para que las manos sanadoras de José Rodríguez las hagan revivir. Porque todavía le queda mucho por hacer a Don Pepe, el carpintero centenario.
FUENTE: TN