En las redes sociales todos la conocen como Maga, la cara de Mamá Construye. “Maga es el apócope de María Gabriela”, explica, quien necesitaba un nombre más corto para su redes sociales donde inspira a muchas mujeres a refaccionar sus propias casas, con trabajo de albañilería, plomería, electricidad.
Maga, de 51 años, no tuvo una vocación temprana por estas actividades. Primero fue periodista y más tarde, autora del blog El club de la mala madre. La vida la fue llevando a este presente, donde por primera vez, siente felicidad por el trabajo que hace y principalmente se siente tan libre e independiente como nunca antes. En su perfil de Instagram así se define: “Me convertí en #obrerodelaconstrucción porque amo construir y arreglar cosas. No me des flores, dame herramientas”.
Maga trabaja desde los 12 años. “Mi adolescencia fue difícil. Dura. Yo tengo este mismo tamaño que tengo hoy, así que pasar la adolescencia a nivel social no fue sencillo, pero a nivel económico tampoco. Trabajé desde los 12, cuidando chicos, después empecé a ofrecerme en los comercios del barrio para poder ayudar o hacerle las vidrieras, limpiar o acomodar para poder tener un mango, porque yo tenía una beca en el colegio donde estudié. Mi mamá eligió el mejor colegio de la zona que no solamente no podíamos pagar sino que ni siquiera socialmente estábamos al alcance de las cosas que tenía el resto. Mi mamá no solo no podía pagar el colegio, sino tampoco el uniforme, y más cosas. Y yo necesitaba poder ayudar con eso. Así que todo mi trayecto por la secundaria fue trabajando contra turno, en otras cosas, para poder tener plata para poder tomarme el colectivo, comprarme un mapa, la chomba del colegio o pagar una excursión”, recuerda Maga.
Hasta los 4 años vivía en una familia acomodada en Capital, donde nació. Su padre era joyero de perlas de cultivo, su madre ama de casa. Lo que sucedió fue algo que puso la vida patas arriba. “Mi mamá encontró a mi papá en medio de una fiesta negra, como se llamaban en ese entonces, tipo bacanal de todos señores en la casa de campo que tenía la familia y se dio cuenta que era homosexual y que el matrimonio había sido nada más que una pantalla para tapar su vida, porque hoy es típico y todos tenemos más de un familiar homosexual declarado en la familia, pero en los años 70 esto era bastante más complicado. Esto fue en el 74″, cuenta la influencer.
La madre nunca había sospechado nada. Su hermano menor, tenía solo quince días de vida. “Ella se comió el verso de la familia feliz, la casita y los hijos y lo descubrió por casualidad. Nunca volvimos a ver a mi papá, hasta que yo lo busqué cuando tenía 15 por mis propios medios, porque mi mamá tampoco quería que nosotros supiéramos nada de él, ni tuviéramos ningún contacto. Estaba muy herida. Él tampoco obviamente hizo ningún esfuerzo para tener una relación con nosotros. Él seguía adelante su vida como si fuera un hombre viudo, como si nosotros no existiéramos”, recuerda. La relación con el padre nunca volvió a reestablecerse porque siempre se encontró con una “puerta cerrada”. El murió hace unos pocos años, solo en Mar del Plata.
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Así se fueron a vivir a lo de sus tíos. Sus abuelos maternos habían vendido su casa porque habían organizado vivir su vejez tranquilos en Mar del Plata. “Pero los agarró el Rodrigazo y se quedaron sin un mango y viviendo también de prestado en las casas de mis tíos”, agrega sobre esta sucesión de hechos desafortunados ocurridos en su familia.
Para volver a organizar su vida, su madre entró a la Escuela de Policía como pupila y los abuelos colaboraron con su crianza. Finalmente pudieron volver a tener una casa. “En verdad era una casa muy muy pobre, sin luz, sin agua, sin gas, sin nada en el conurbano bonaerense. Nos trasplantamos cuando yo tenía 8 años. Nos fuimos a vivir a Padua”, detalla.
Ese fue su primer contacto con una obra, que no terminaba nunca. Duró 15 años. Allí vivían con su abuela, abuelo ya jubilado y su madre con su salario de policía. “La plata no alcanzaba, entonces cada peso que se juntaba era para comprar una ventana y cuando la ventana estaba, había que volver a juntar peso por peso para poder comprar los materiales para ponerlas. Y como la pobreza hace que uno no pueda contratar un albañil ni arquitecto ni nada y que uno haga las cosas por sí mismo toda la vida. Bueno, yo ayudé a que esas cosas de la casa se hicieran”, revela.
Maga terminó el secundario en esa escuela bilingüe, donde fue abanderada, con la mejor educación que quiso asegurarle su madre. “Se sacrificó siempre tanto mi mamá como mis abuelos para que a nosotros no nos faltara absolutamente nada y que tuviéramos las mismas oportunidades que podía tener cualquier otro otro chico. Yo agradecí mucho esto porque cuando salí de la secundaria me fui con una pasantía rentada en una empresa multinacional y empecé a trabajar cuando tenía 18. A los 20, ya dirigía una gomería con seis gomeros, tres mecánicos y dos personas de ventas y mi vida fue cambiando porque yo podía ganar mucho más de lo que mi mamá ganaba después de, no sé, 20 años de estar laburando sin parar”.
A los 18 años conoció a Juan, su actual marido, con quien se volvió a casar. Es el padre de sus cuatro hijos. Volvieron a darse el sí, el mismo día de enero que hace 30 años. “Yo soy abuela de una nena de seis años. Mi hija más grande está por cumplir 30, Pilar tiene 29, Candelaria 28, Juanito, 23 y María Paz 21″. Todos hicieron o están haciendo una carrera. La más chica, estudia medicina, por ejemplo.
Con su marido habían logrado disfrutar de una estabilidad económica. Tenían casa, auto, camioneta, una vida muy tranquila, pero en la crisis de 2001 la empresa de Juan quebró. “El quebró junto con la empresa y quedó inhibido. Nos embargaron todo lo que teníamos y quedamos los seis en la calle desalojados. Cuando la más chiquita tenía meses, así que fueron años muy duros muy complicados. Perdimos todo lo que habíamos logrado en la vida”, resume sobre esa etapa amarga de la vida. Y volvieron a la casa de Padua, la casa refugio, base para empujar otra vez hacia adelante. Mientras tanto iban y venían con sus chicos a una escuela pública de la Ciudad, para que los chicos no perdieran a sus amigos, como le había pasado a ella a los 8 años. Antepusieron la educación frente a otras comodidades. Viajaron desde Padua durante cinco años y terminaron mudándose a un departamento muy chico, para estar a pasos de esa escuela de Avenida Libertador y Maure, especializada en Educación Física, de jornada completa. “Tenían natación, campamento, computación, inglés desde jardín infantil y esas cosas no pasan en el conurbano en un colegio público”, asegura.
“Mi marido estuvo casi 10 años sin trabajar porque yo tenía muy buenos trabajos y él venía de una quiebra y de una inhibición. Teníamos cuatro hijos. Alguien tenía que ser ama de casa”, explica y agrega: “pasó a ocuparse de que los chicos fueran al colegio y no se perdieran un cumpleaños, un turno con el médico, así que él se encargó de ser madre y ama de casa y yo de seguir trabajando mucho”, explica María Gabriela, que también es periodista y en ese momento estaba escribiendo artículos para medios internacionales especializados en tecnología, informática y entretenimiento digital.
Al mismo tiempo, nacía su blog El Club de la mala madre, un espacio donde podía compartir con otras madres problemáticas a diario y también como una forma de hacer catarsis sin ser juzgada “porque maternar es una de los trabajos más difíciles del planeta”. Cuando surgieron las redes sociales, su blog se amplificó, tanto que Disney la convocó como redactora.
Tantos trabajos puso sobre sus espaldas que un día no pudo más. Renunció a todo. Se deprimió. “Era muchísimo trabajo para un solo cuerpo y cuando colapsé, esto fue en 2017, me deprimí mucho porque de verdad me frustraba no poder escribir, me sentaba frente una computadora sin poder escribir una sola palabra y entonces dejé de cumplir con los clientes. Renuncié a las revistas, a Disney, cerré mi blog y me quedé en mi casa como mutando como una ameba. Al principio no salía de mi casa. Después no salía de mi cuarto y finalmente no salía de mi cama. Fue una época bastante complicada para mí y para todas las personas que me rodeaban”, cuenta sobre esa etapa que fue un momento bisagra en su vida.
Su marido tenía trabajo nuevamente y pudo permitirse “desinflarse”, porque antes ni siquiera podía pensarlo frente a tantas responsabilidades. Y en la terapia que empezó le recomendaron hacer manualidades. Macramé. Crochet, lo que quieras, le dijeron. Y Maga, propuso algo más intenso, como la carpintería y plomería. Y le dijeron que sí, que servía mientras realizara una actividad con sus manos.
De modo que se volvieron a Padua y al estar la casa abandonada, Maga la arregló a su gusto. Cambió pisos, pintó, modificó un baño y remplazó los caños de agua de termofusión, y a medida que iba a aprendiendo a hacer cada arreglo, su caja de herramientas iba agrandándose. “Es que la tecnología te ofrece muchos beneficios y si sabes utilizarlos correctamente todos podemos hacer cualquier trabajo, lo que pasa es que tenés que aprender a usar la herramienta, tener paciencia para hacerlo”, explica quien ya se dedica a formar en estos oficios y a animar a muchas mujeres que puedan hacer lo que se propongan.
Durante ese proceso nació Mamá Construye, como una forma de poder enseñarle a otras mujeres que podían hacer todo por sí mismas y que no tenían que esperar que un tipo le cambiara el cuerito de la canilla. Porque si yo lo podía hacer lo podía hacer cualquiera, entonces me dediqué a mostrar como lo que hacía”, dice la influencer de albañilería.
Cuando terminó de arreglar su casa, sus amigas le pidieron que hiciera lo mismo en las de ellas. Y como para Maga era terapia, fue cumpliendo con esos pedidos hasta que un día se dio cuenta de que tenía un emprendimiento. “Tenía un trabajo que no solamente me daba plata para poder seguir adelante con con mi vida, sino que me hacía feliz todos los días de mi vida y me obligaba a levantarme cada mañana, que era una de las cosas más difíciles, una motivación y un impulso para poder salir de ese lugar y a la noche llegaba absolutamente cansada muerta destruida. Entonces claro, me pegaba un baño y dormía como un bebé cuando durante muchísimo tiempo me costó mucho dormirme”, asegura. Su vida cambió para siempre. Empezó a trabajar para otros clientes que surgieron de las redes sociales.
“Mi mantra es: dame la casa que tenés y te devuelvo la casa que querés”. Lo tengo hasta escrito en remeras.
Además de encontrar el trabajo que más le gratificaba, armó equipos de trabajo con otras mujeres profesionales, como gasistas matriculadas, electricistas, carpinteras, instaladoras de aire acondicionado. “Me di cuenta que éramos muchas más mujeres las que hacíamos este trabajo de las que la gente supone y en ese proceso , con la idea de ayudar a a otras mujeres a que tuvieran un emprendimiento rentable y un trabajo o un oficio en el que pudieran ganar plata empecé a tomar ayudantes mujeres para enseñarles el oficio y para que encontraran dentro del rubro de la construcción, cuál era el ámbito en el que mejor se desempeñaban o que más le buscaba. En ese proceso empecé a contactar con asociaciones para que pudieran hacerlo de la manera más profesional. Si lo que te gustaba era la electricidad, yo llamaba la cámara de electricistas y le preguntaba cuando había curso. Cuánto cuesta. Cómo podemos solventarlo y hoy puedo decir que ayudé a muchas mujeres a que tuvieran un trabajo digno que que les permite ser realmente independientes”. La influencer destaca la libertad económica y que se trata de trabajos muy bien remunerados.
A Juan pudo volver a darle el sí, 30 años después. Con la inhibición, se habían divorciaron para proteger a ella y sus hijos. Y ahora, que su marido pudo sanear su economía, volvieron a contraer matrimonio. La pareja está unida hace 32 años. Actualmente viven en un “nido vacío” en Capital, y sus hijos en la casa salvadora, ahora refaccionada. Su madre, tiene 80 años y nunca más volvió a formar pareja después de la ruptura con su padre.
Fuente: Infobae