Tiene 80 años y es un apasionado de las motos enduro. Cuando se jubiló se dedicó a recrearlas en miniatura, entre otros vehículos que hace con desperdicios tecnológicos. Su historia.
Cerca de la jubilarse, Carlo Carosanti, ya sabía que no iba a dedicarse a pasar su tiempo de charla, tomando café en bares. Este hombre nacido en Roma hace 80 años, llegó a la Argentina cuando tenía 10 años. Sus padres se instalaron en General Roca donde de pequeño enseguida demostró aptitudes para el deporte. Primero se destacó en el fútbol (lideró el equipo Italia Unida y jugó en el Club Tiro Federal), después se subió a las tablas de esquí y a partir de los cincuenta, se apasionó con las motos enduro, con las que recorrió la Patagonia junto a su mujer, María Cristina del Bello, en inolvidables viajes cordilleranos. Carlo continúa viajando en moto y esquiando. Su vida es acción.
Carlo que había repartido su vida entre un escritorio de un banco y aventuras deportivas se preguntaba qué haría al jubilarse. Y encontró como una continuidad de su pasión por las motos a armar pieza por pieza, miniaturas metálicas, pequeñas obras de arte reciclado, ya que todos los insumos son descartes de videocaseteras, viejos televisores, computadoras, teléfonos, parlantes e impresoras.
“Todo comenzó con la construcción de una miniatura que tenía yo para dejarla como referencia. No me gustaba la idea de comprarla. Sino haberla hecho yo mismo. Empecé a juntar cosas que se parecieran a los manubrios, frenos y armé una”, explica quien después se obsesionó con encontrar piezas parecidas a cada parte de los vehículos que construye.
Su lugar en el mundo está en el quincho, que está reservado para mucho más que sus asaditos. Tiene muebles con cajones con muchas piezas de todos los tamaños. Desarmar aparatos tiene su placer. Carlo lo hace pacientemente con todas las herramientas que heredó de su padre, que era instalador de gas. Le gusta la música latina pero no pueden faltar temas italianos de otras épocas, como los de Adriano Celentano, Rita Pavone y también se suma la música lírica. El tiempo pasa “hasta que mi mujer se enoja y me llama para que vaya a hacer otras cosas”, cuenta sobre su vida cotidiana. La madre de sus dos hijos, es también su compañera del deporte y las aventuras. Con María Cristina la vida es pura acción. Hicieron excursiones en motos enduro, también esquían. Dice que este año pudieron hacerlo poco y nada porque había mucha gente en el centro de esquí al que van.
“Recorría la Patagonia en moto y hacíamos toda la parte sur y la parte de la frontera con Chile. Lo hice desde los 50 hasta los 65. El deporte nunca lo abandoné, hasta la fecha, tengo mi bicicleta y mi moto. Acá en el valle General Roca tenemos toda una parte de barras, donde hay muchos caminitos, subidas y bajadas. Y sino voy a Bariloche, donde vive mi hijo y de ahí hacemos toda la zona, también Villa La Angostura”, detalla.
El amor tardió por las motocicletas desembocó en su hobby. “Ese tiempo que quedaba había que llenarlo con algo. Mis amigos por ahí se van al café y están cuatro horas charlando de política y otros temas. Yo no puedo. Necesito hacer algo”, argumenta. Ahora, además de motos en miniatura, construye trenes, autos, helicópteros.
De tanto desarmar aparatos, aprendió bastante de electrónica. Amigos que se dedican a reparar artefactos, por ahí lo llaman en busca de una pieza salvadora. “Me dicen ‘che, ¿no tendrás un motorcito ventilador de una notebook, de tal marca?´ Me fijo dentro de unos cajones especiales que tengo”, cuenta. Cada vez son más los desperdicios electrónicos que tiene para desarmar, porque además de los de su casa, lo llaman conocidos de universidades y empresas, para avisarle que tienen más insumos para él. Y los va a retirar.
A lo largo de su vida también se dedicó a pintar. Su casa está llena de copias de cuadros. Pero artesanías no había hecho nunca. Por la exactitud de las escalas en las piezas, como por ejemplo, las hélices de un helicóptero, le preguntaron si era ingeniero. El mejor elogio que pudo haber recibido. Es un detallista. Obsesivo también porque a veces se acuesta pensando en que le falta una pieza para completar un vehículo, como si fuera un rompecabezas, y se despierta yendo al cajón donde está esa parte que le pondrá fin a su trabajo.
Por el momento lleva vendidas dos. Le cuesta despegarse: “Son como hijos”, exagera sobre su apego. A veces le llevan 90 días. Carlo mostró su trabajo en exposiciones, una de ellas en San Carlos de Bariloche. En esos días, un entendido le dijo que sus piezas valían entre 50 y 300 dólares. “Costó poner precio porque estamos en la Argentina. Cada pieza mía es única. No creo que haya ni en la Argentina ni el mundo similares. Sea bueno o malo, el sistema mío es único”, destaca.
Carlo Carosanti tiene una cuenta de Instagram donde muestra sus piezas únicas: arte.reciclado.tecnológico. Desde su quincho de General Roca, responde enseguida y si la oferta es buena, tal vez se desprenda de algunas de sus creaciones. Le cuesta que se vayan.
FUENTE: INFOBAE