Transitando esta pandemia, los argentinos conmemoramos hoy un nuevo aniversario de la tragedia de Once. Pero siento que está vez, con más énfasis debemos en este día además de abrazar y acompañar a los sobrevivientes y familiares, aunque sea con el pensamiento que también es importante pues está comprobado que ello nos conecta y nos ayuda, capitalizar las lecciones y aprendizajes que los familiares nos legan y enseñan.
Es que la tragedia de Once que no tuvo que haber sucedido nos ratificó que la corrupción mata y se lleva con ella las ilusiones y sueños de quienes cuyas vidas quedaron truncadas y de sus familiares y amigos que jamás serán como antes. Pero también como toda tragedia y trance doloroso nos muestra que es justo a partir de allí que empieza un trabajo de re construcción.
Fui parte integrante de un importante grupo interdisciplinario de profesionales que fuimos convocados por la Subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, pocos meses después de aquel fatídico febrero de 2012, para trabajar con sobrevivientes y familiares de distintas tragedias que nos cruzan como sociedad con el objetivo de aprender y tener herramientas a futuro basadas fundamentalmente en la empatía, la sensibilidad y el respeto para poder dar respuestas acordes con las exigencias que nuevas crisis humanitarias nos pudieran suceder en el futuro.
Hoy ese trabajo tiene un valor enorme pues se basa en los testimonios de la gente, dados en primera persona y a corazón abierto.
Nos acercarnos a damnificados de distintas catástrofes, dialogamos con muchos de ellos. Escuchamos sus voces, oímos sus palabras, sus silencios, des-cubrimos el dolor, el enojo y las diferentes formas que ha tenido cada sujeto para atravesarlo. Nos movía el deseo de escucharlos, acompañarlos y entender lo sucedido desde un nuevo lugar, dar luz a tanta oscuridad, descubrir en medio de tanto dolor la vida, la lucha, intentar dar a ese sinsentido un nuevo sentido.
Teníamos muchas preguntas, con ellos fuimos aprendiendo para ayudar también a tantos otros. Fue así que surgió la necesidad de transmitir estas experiencias las que muy cuidadosamente volcamos en el libro “Enseñanzas para una Sociedad más Solidaria” Aprendiendo de Malvinas, Embajada de Israel, Amia, Cromañón y Once.
Atravesar una catástrofe deja huella en quienes la vivieron, queda impregnada como un eco en la memoria colectiva de toda la sociedad.
Nada es igual después de haber atravesado una tragedia, se trata de un momento de crisis, donde todo será resignificado, donde la vida toma otra dimensión; cambian los valores, las prioridades, la forma de vincularse y en muchos casos la manera de ser en el mundo, se ponen en cuestionamiento las viejas estructuras, lo que hasta aquel momento servía puede que ya no sea útil, se produce un cambio de paradigma y la necesidad de un reordenamiento.
Se transita un momento de duelo, por el fallecimiento de seres queridos, pero también por la pérdida de la ilusión de seguridad, de lo que ya no será nunca más como lo fue antes.
Escuchar con empatía, comprender y acompañar en este proceso resulta imprescindible para continuar la vida, pero sabiendo de esta transformación.
Escuchamos que en un comienzo prevalecía el por qué les había sucedido, pero con el tiempo muchos fueron cambiando esta pregunta por el para qué, y esto les permitía encontrar otro sentido a sus vidas. Tal como nos dijo María Luján Rey, mamá de Lucas, víctima de la tragedia ferroviaria de Once: “…y entiendo que la vida es una, y la vida de mi hijo pasó, pero el sufrimiento del nacimiento y el sufrimiento de la muerte sirven para algo, seguramente para algo. Y también sé que para algo me toca a mí ser la mamá y para algo seguramente Lucas quedó tres días ahí (…) y el para qué creo que nos corresponde a nosotros y cuántos más para qué sucedió esto, para qué atravesamos este sufrimiento, para qué la vida tuvo que terminar para Lucas, cuanto más para qué más sentido tiene”
Moty Benyakar dice “con frecuencia sufrir un impacto emocional intenso, desorganizador, ayuda a organizarse. Atravesar una catástrofe personal o social, llegar a la otra orilla, lastimado, con cosas perdidas tal vez para siempre, nos permite descubrir en nosotros mismos cualidades, capacidades y valores que desconocíamos hasta entonces y nunca hubiéramos conocido si el azar no nos hubiera colocado ante la desgracia.” La vivencia de situaciones traumáticas, lejos de invalidar a las personas, puede favorecer su resiliencia, su capacidad de afrontamiento.
Paolo Menghini, papá de Lucas, víctima de la tragedia ferroviaria de Once, nos dijo: “El 22 de febrero parte mi vida en dos por donde lo mires. He sido un tipo muy pujante toda mi vida, pero no así, no así…Lucas nos hizo mejores a todos. A mí me hizo mejor desde el día en que nació y el día que se fue también, y nos hizo mejores a todos porque nos hizo bajarnos de un caballo de ego propio”
Tenemos una obligación ética y moral como individuos de mirar a nuestro alrededor; pues no somos inmunes a las cosas buenas y a las malas que pasan en la sociedad, pues ya de manera positiva o negativa nos impactan y nos modifican permanentemente.
Pero hay una responsabilidad superior con la solidaridad y el cuidado del otro que distinto, anónimo y lejano es igual a uno, convive con nosotros y tiene las mismas ilusiones y esperanzas.
Hoy estamos atravesados por la pandemia. El miedo, la tristeza, el dolor, la incertidumbre ocupan un lugar preponderante y común en nuestras vidas y por ello se torna necesaria echar mano a nuestra capacidad transformadora.
La resiliencia abre un abanico de posibilidades, en tanto que enfatiza las fortalezas y aspectos positivos presentes en los seres humanos, en lugar de hacerlo de sus limitaciones. Los familiares y amigos de las víctimas de Once son ejemplo a mirar en estos momentos.
Mirarlos y que se sientan reconocidos y acompañados es hoy el mejor de los homenajes y a nosotros nos hace bien hacerlo.
Nos inspiran.
Lic.Patricia Kazez
Psicoanalista y Coach Ontológico
Patriciakazez@gmail.com